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INQlliSICIÓN DE CHILE
mientos27 para estos infelices de ese modo vejados,
que encontraban muchas veces término en el sui–
dio más cruel, ya desangrándose, ahorcándose de
un clavo, privándose de todo alimento y hasta, lo
que parece increíble, tratándose de ahogar con
trapos que se metían en la boca. Y acaso lo que
hoy parezca quizá más horrible á nuestras socie–
dades modernas, llevándose la saña contra ellos,
no sólo á dejar en la:horfandad á sus familias, pri–
vando á sus hijos de los bienes que les debían
corresponder por herencia de sus padres, sino,
viéndose junto con ellos, condenados á perpétua
infamia por un delito que jamás cometieron .
No n ecesitamos consignar aquí cuantos de los
condenados eran realmente locos, ni cuantos apa–
recen que lo fueron siendo inocentes, según la
misma relación de sus causas, porque el lector bien
habrá de comprenderlo.
La observación más notable que á nuestro juicio
pudiera estableeerse respecto de los delitos de los
procesados, es laque se deduce de la manera como
se castigaban los que delinquían contra las cos-
enemigo capital suyo. Habiendo sido objetado el proceso desde Espa–
ña, vino
á
fallarse en Noviembre de 17J9.
27 Cuenta el viajero francés Julián Mellet que aún en los últimos
días de la existencia del Tribunal, conoció él, en Lima, á un infeliz
titiritero que ganaba su vida con algunos perros
y
gatos vestidos de
arlequines, que exhibía por las calles de la ciudad,
y
que, conside–
rado por esto como brujo, estuvo encerrado tres meses en los calabo–
zos de la" Inquisición . «Sería impos1ble, agrega i\Iellct, formarse una
idea del estado lastimoso á que estaba reducido ese desgraciado cuan–
do salió de la prisión
y
de las torturas que en ella había sufrido. El
mismo no se atrevía
á
referirlas, limitándose á contestar
á
los que le
interrogaban, que se había justificado: lo que había de positivo era
que se le hubiera tomado por un esqueleto escapado del sepulcro.»
Yoyagcs clans l'Amé,·iquc 11f é¡·iclionale,
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120.