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CAP. Vll-FUNDA([:IÓN DEL SANTO OFICIO

175

denuncios; pero como si ésto no fuera todavía bas–

ta, hubo una época en que nadie podía salir de los

puertos del Perú sin licencia especial del Santo

Oficio; sus ministros debian hallarse presentes á

la llegada de cada bajel para averiguar hasta las

palabras que hubiesen pasado durante el viaje; no

podía imprimirse una sola línea sin su licencia;

los prelados, Audiencias

y

oficiales reales debían

reconocer

y

recojer, según las leyes reales, los li–

bros prohibidos, conforme á los expurgatorios,

y,

en general, todos lo que llevasen los extrangeros

qúe aportasen á las Indias.22

Bien se deja comprender que á la sombra de las

disposiciones que dejamos recordadas nadie vivía

seguro de sí mismo, ni podía abrigar la menor

confianza en los demás, comenzando por las gen–

tes de su propia casa

y

familia; pues, como de he–

cho sucedió en muchas ocasiones, el marido de–

nunciaba á la mujer, ésta al marido, el hermano

al hermano, el fraile á sus compañeros,

y

así suce–

sivamente; encontrando en el Tribunal, no sólo

amparo á las delaciones más absurdas, sino aún á

las que dictaban la venganza, la envidia

y

los ce–

los. Ni siquiera se excusaba el penitente que iba

buscando reposo á la conciencia á los piés de un

sacerdote, pues, como declaraba con razón el agus–

tino Calancha, sus centinelas

y

espías eran todas

las religiones y sus familiares todos los fieles. 23

El pueblo que por sus ideas ó creencias no podía

resistir su establecimiento, en general no hizo

nada para sustraerse de algún modo á las pesqui-

22

Leyes 7 y 14 del

título

22,

lib1·o

I de I ndias.

20

Coránica

11to1·alizc~da,

pág. 620.