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CAP. VII-FUNDACIÓN DEL SANTO OFICIO

1.77

hacían á sus vasallos, los Inquisidores repetían to–

davía de una manera más categórica, «que los mi–

nistros del Tribunal, por el mismo caso que lo son,

son tan aborrescibles

á.

los jueces reales que les

procuran hacer

y

hacen molestia en cuantos casos

se les ofrecen.n25

El alborozo con que en Lima se recibió la noticia

de la abolición del Tribunal

y

las pruebas inequí–

vocas del ódio del pueblo, que sucedieron á ese

acontecimip,nto, están demostrando claramente

que con el tiempo no desmereció el Tribunal de

la opinión que desde un principio se captó.

Pero, como se comprenderá fácilmente, si para

algunos se había hecho especialmente aborreci–

bles, como ellos lo expresaban, para nadie con más

justo título que para los infelices que por un mo–

tivo ó por otro eran encerrados en las cárceles se–

cretas. Los largos viajes que debían emprender,

de ordinario engrillados, á causa de una simple

delación, muchas veces de .un sólo testigo, acaso

enemigo, que motivaron tantas quejas de los Vi·

reyes; la mala alimentación que se les suministra–

ba en las cárceles; las torturas á que se les sometía

obligándoles casi siempre por este medio á denun–

ciarse por un crimen imaginario; el no conocer

nunca á sus delatores; el atropello de sus personas

por la más refinada insolencia; la eterna duración

de sus procesos,26 constituía tal odisea de sufri-

25

Ca1·ta de los Inquisido1·es de 3 ele Abl'il de 1581.

26

Es sabido lo que aconteció con doña l\Iaría Pizarro, con l\Ioyen,

etc.; pero aquí debemos recordar todavía otro hecho semojante.

En 3 de Septiembre de 1720 fué denunciado en Cajamarca, Santos

Reyes lliontero, que daba fortuna con amores y curaba con malefi–

cios, y que se excepcionó diciendo que había sido acusado por un