CAP. VII-FUNDACIÓN DEL SANTO OFICIO
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hacían á sus vasallos, los Inquisidores repetían to–
davía de una manera más categórica, «que los mi–
nistros del Tribunal, por el mismo caso que lo son,
son tan aborrescibles
á.
los jueces reales que les
procuran hacer
y
hacen molestia en cuantos casos
se les ofrecen.n25
El alborozo con que en Lima se recibió la noticia
de la abolición del Tribunal
y
las pruebas inequí–
vocas del ódio del pueblo, que sucedieron á ese
acontecimip,nto, están demostrando claramente
que con el tiempo no desmereció el Tribunal de
la opinión que desde un principio se captó.
Pero, como se comprenderá fácilmente, si para
algunos se había hecho especialmente aborreci–
bles, como ellos lo expresaban, para nadie con más
justo título que para los infelices que por un mo–
tivo ó por otro eran encerrados en las cárceles se–
cretas. Los largos viajes que debían emprender,
de ordinario engrillados, á causa de una simple
delación, muchas veces de .un sólo testigo, acaso
enemigo, que motivaron tantas quejas de los Vi·
reyes; la mala alimentación que se les suministra–
ba en las cárceles; las torturas á que se les sometía
obligándoles casi siempre por este medio á denun–
ciarse por un crimen imaginario; el no conocer
nunca á sus delatores; el atropello de sus personas
por la más refinada insolencia; la eterna duración
de sus procesos,26 constituía tal odisea de sufri-
25
Ca1·ta de los Inquisido1·es de 3 ele Abl'il de 1581.
26
Es sabido lo que aconteció con doña l\Iaría Pizarro, con l\Ioyen,
etc.; pero aquí debemos recordar todavía otro hecho semojante.
En 3 de Septiembre de 1720 fué denunciado en Cajamarca, Santos
Reyes lliontero, que daba fortuna con amores y curaba con malefi–
cios, y que se excepcionó diciendo que había sido acusado por un