XCVIII
LA INQUISICIÓN
Sé decir, por remate desta carta, que en mucl1as
tierras en que me he hallado, no he visto ni oído
tantas anatemas ni descomuniones como en solos
estos dos meses que ha entró en este obispado, do
que está la gente y tierra muy temerosa y escanda–
lizada.
Esto es, señor, lo que en breve he podido recopi–
lar, y si bien no es la sexta parte ele lo que pasa y
hay, con todo eso será bastante materia para excitar
al dormido y avisar al descuidado á que vele, y con
descuido cuidadoso mirar lo que más conviene, que
scm cosas y circunstancias en pastor dignas de re–
pa"rar, porque no sea que al cabo de algunos años
ó tiempo, sin reparary poco á poco, nos deslicemos
con la vista y ejercicio continuo de las malas cos–
tumbres y ejemplos ele pastor
y
cabeza, á lo que des-
o
pués, con el largo ejercicio y larga costumbre en el
obrar, no se pueda remediar.
Talis enim er'is) cualis
consuetudo qua utaris,
como dijo un filósofo.
No encargo
p,
V. S. el see.reto, que ésto pide en
que mi nombre no se miente, pues demás ele que ele
suyo se está dicho, la larga experiencia del proceder
de ese Santo Tribunal que tengo, me lo a egura mu–
cho. Y digo larga experiencia, pues del tiempo ele
los señores inquisiclores Flores, Verdugo
y
Gaitán
me remitían algunos negocios
á
estas partes, como
de ratificación de testigos y declaraciones, etc. Y en
cierta ocasión que bajé desta gobernación á Tierra
Firme á algunos negocios que se ofrecieron á mi re–
ligión de la CompaiUa, se sirvió el sc.ilor inqui idor
Flores de darme
in scriptis
la licencia que va con
ésta, que acaso hallé el otro dia entre mis papeles:
que tanta era la merced que me hacía. Y después,
á
mi vuelta, vine en compafHa del señor inquisidor