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LA INQUISICIÓN
gueses, que á fin de hacer el viaje pagaban á los caste-
' llanos para que les trajeran entre los criados, cosa á
que les autorizaba su licencia. Pero no les valía, por–
que en llegando á Buenos Aires el Gobernador los me–
tia presos en el castillo para embarcarles nuevamente,
habiendo llegado su rigor para con algunos «hasta
ponerles al pié de la horca.>> En tan críticas circuns–
tancias, los portugueses vinieron á encontrar vale–
dores y amparo donde menos podía imaginarse: en
los fraile-s! Algunos, en efecto, lograban asilarse en
los conventos, de donde se negaban á entregarles
á
las autoridades, habiéndose dado caso en que me–
diaron graves disgustos con el provincial de los do–
mini~os
fray Juan de Vergara y sus frailes, que no
entregaron á uno sinó á condición de que no se le
hiciese mal. Otras veces sucedió el caso de que, ape–
sar de las protestas del Comisario, el párroco,iba de
noche á la cárcel á desposar á algunos de los pre–
sos con hijas de la ciudad, dando así el primer paso
para ser trátados como vecinos. Las cárceles, asi–
mismo, no eran bastante fuertes y de ellas lograban
escaparse no pocos. Pero el arbitrio más seguro
para libertarles fué el que idearon los mismos frai–
les. PrE)sentábanse al Gobernador á empeñarse por
los detenidos, ofreciendo
á
nombre de éstos una fian–
za de que grabarían que no eran de las personas
prohibidas: salían con esto en libertad y luego se
escapaban internándose á la Asunción,
á
Corrientes,
á Santiago del Estero, para quedarse por allí prote–
gidos por tantos de sus paisanos como por esos sitios
vivían, ó avanzar hasta el Perú. Pagaba luego el fiador
el monto de su fianza, c<conque se acabó la fiesta>>
decia en frase gráfica el al fin burlado comisario;
<<y
esto es cierto y sin duda,
~ontinuaba,
porque ha más