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LA INQUISICIÓN

A todo esto, los disgustos con los obispos seguían

en su punto. Con gran contentamiento de los inqui–

sidores, acababa de suceder al de Popayán un per–

cance en que pretendió valerse del Santo Oficio,

y

en que por titularse inquisidor ordinario, no encon–

tró sinó quejas de su conducta para ante el Consejo.

Doliase el Obispo del ningún re peto que en la,.

ciudad y en general en su diócesis se tenía á las-–

censuras de la Igl sia, «por doctrinas falsas

y

lle–

nas de ignorancia que frailes idiotas y atrevidos han

sembrado en ella, decía, y el demonio, padre de

mentiras, aumentándolas, con cu ltivarlas á sumo–

do, cosa lastimosa y digna de que V. S. la castigue

y remedie para que no pase adelante, cuando sea

más dificultosa la cura.>

Desatábase el prelado en tales quejas enderezadas

especialmente contra el gobernador D. Francisco

Sarmiento. Se había concertado con él en que hi–

ciese leer sus edictos de inquisidor ordinario el do–

mingo de la Septuagésima, y los del Tribun·al el

primero de Cuaresma, y en efecto, yendo por la pla–

za principal el notario de la curia episcopal, que era

sacerdote, pregonándolo para que todos acudiesen á

oírle al día siguiente á la Catedral, y el sermón que

debía predicar el Obispo en persona, salió un criado

del Gobernador, su alguacil mayor, arremetió contra.

el pregonero para prenderle, y logró, ya que no co–

gerle) quitarle de las manos el papel que iba leyendo

y se lo rompió, <<por donde se puede bien ·colegir, ex–

clamaba el obispo, la desvergüenza y atrevimiento

con que en esta ciudad se tratan las cosas de la fe.))

F

J.

Carta

á

los Inquisidores:

1.·

de Marzo de

1614.