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¡~as;»

sin mnbargo de que ·José Oasani, padre

jesuita~

eu su "historia de la con1pañia de Jesus del nuevo rei–

no de Granada,->> al hablar en el capítulo

7.

o

de tigres,

leones, -onzas, leopardos

y

otras fieras, aseguta

que.

'"hasta ahora en tantos años, no se ha esperimentado

estrago

en ningun jesuita,

aunque han andado perpetua–

nwnte en los bosques, á caza de hon1bres silvestres pa–

ra

hacerlos racionales.)) Tarnpoco le censuraremos el

haber escrito, que los jesuitas, privados ele todo

ali:–

Inento siuo raices, ofr¿cieseu provisiones para saciar

8U

hambre,

á

bárbaros dueños de bosques

y

llanos

y

tios,

que ]es

facili~aban

en la caza

y

pesca provision

abundante para su sustento, como lo dice el propio

padre Casani en el lugar citado. Dejen1os el cuadro

jioetico, para contraernos

á

la providencia dictada por

el arzobi spo cont ra los jesuitas.

36. El padre Casani defendia, como era r egular,

á

~us

hcr1nauos contra

la

medida del arzobispo. "Vivían,

dice, los j esuitas en sus pueblos con1iendo pan .de lá–

grimas,

y

traficando entre sustos la pobreza

y

elevan–

j elio.

Eu

esta acusacion tenia mucha parte la codic·ia,

y

poca razon la querella, siendo facil ]a respuesta que,

si tenían 1uucho, lo habían ganado todo con sus bra-

zos ............... Los gritos levantaba en poblado aque-

lla sierpe que se conjuró en la laguna.» Poco antes di–

jera el reverendo padre, que "en la laguna Patute te–

nia su morada el demonio, que se aparecía en figura

de monstruosa sierpe,

y

hablaba

á

los indios sin cau–

sarles miedo,

y

adviet1éndoles que en adelante calla–

ria,

porque venían unos hon1bres vestidos de negro.>,

En estos

y

otros periodos del padre Casani hay es–

presiones que equivalen

á

una confesiou en favor de

la

providencia del arzobispo-"si los padres tenian

n1ucho, lo habían ganado con sus brazos-vendían los

vestidos

á

costo y costa, y cuando no los había en ca–

sa

del doctrineto, fijaban precio

á

los n1ercaderes-co-

1no los padres sabian ajustar la cuenta, los llamaban

1nercaderes.» Esto

y

mas que se lea, descubre el

n1n–

gnn

mérito de una apología tan poco diestra, donde

al lado de

una

n1iserable credulidad, can1pea el espíri–

tu de cuel'po

nu1y

pronunciado.

Y

¿acaso el 110n1bre ele los padres jesuitas se halla·

ha

á

cubierto de acusaciones fnndachts en

pnnto de ri-