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214-

do tlel en que estaban. Si ellos son hombres útiles: si

-dan buena

é

ilustrada

d~..)Ctrina

en los colejios;

y

de–

sean servir

fL

la h u1nanidad, ¿por qué no lo hacen sin

ser ni'llan1arse jesuitas? Y pues. se llaman

tales~

y

van

á

todas partes, fuera de sus casas

y

colejios, no será

te1neridad pensar, que 1nantienen otro propósito, el

propósito de la órden cuyo nombre llevan.

Seria la mayor torpeza en hombres amigos de ser–

vir

á

sus semejantes, adoptar un distintivo que los hi–

ciera odiosos,

y

no presentarse en otra forma. Mas

presentándose en la de jesuitas,

no era natural que em-

pezasen por donde tenian que acabar:

empezaban po1•

donde era conveniente, prestando servicios como si no

fueran jesuitas, para mostralo algun dia, cuando ellos.

. viesen llegado el momento oportuno. Hablamos.

á

vista de la historia,

y

del muy c-onocido carácter de–

esos padres, para que otra vez nos dejemos engañar:

padres que variando de nombre, segun 1as circunstan–

cias, con1o variaron al principio en Francia, se pre–

sentaron despues sin en1bozo en el propio suyo

á

la

son1bra ele una bula; non1bre antiguo, que viene aconl–

pañado del prestijio, que alucina

á

los sencillos,

y

en–

tre ellos hace prosélitos.

¿Se quiere una prueba per-entoria, de q,ue Iosjesuí–

tas de ahora son ]o

mi~nlo

que sms antepa8ados? Ab1·idl

la bula de Pio

VII

restauradora de la COIDI)añia,

y

ve–

reís que la restaura sin ninguna n1odi:ficacion,

ba~jo

la

regla de San lgnaeio de Loyola aprobada

y

confirm.a.da

pm~

Paulo III.

Toca

á

los jesuitas fundar su autoriza–

cion, para separarse del testo de sus constituciones,

por ejen1plo en aquella parte que los hacia bastones

y

cad~veres;

y

les toea tambien para sincerarse, re–

probar la pasada conducta de muchos de sus genera–

les,

y

no solo de ellos. No, no lo harán jamás; ha:n

adoptado el nombre,

y

con él todas sus cosas..

269. Pero supongamos por un mon1ento, para po–

nernos en todos los casos, que los jesuitas de, ahora

incurrieran en la inconsecuencia, de que los creemos:

incapaces, de contradecir la palabra

y

humillar la nle–

moria de sus antiguos genera] es, ¿qué garan-ja nos da–

rian de su sinceridad? ¿Sus juramentos? ¿Su honor?

Pero ¿no sabemos lo que irnportan estas palabras es–

plicadas por los jesuitas con sus reservas, restricciones