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dad, hay progreso de diferente nombre y en muchos
senticlos; porque
no olo ele pan
tive el
hombre.
En un
gobierno despótico pueden existir esas com0didades
materiales, y esa seguridad re pecto de los individuos
particulare para que se r espeten unos
á
otros; pero
el déspota no se cree con deperes, y la vida y la ha–
cienda de los i:!Úbditos están
á
su arbitrio por un gol–
pe de estado, ó por malas in stituciones. Los que gus–
ten pueden hacer la aplicacion al gobierno de los je–
suitas en el Paraguay: observacion que debe tenerse
presente en mLtchas ocasi9nes.
Completemos la observacion anterior, haciendo mé–
rito de las palabras de un distinguido viajero, que así
decia hablando de los jesuitas-"estos
mision~ros
se–
rian dignos de alabanza, si no se les notára que tra–
bajan para ellos mismos, como han hecho en la Paz,
en los Yungas y los Mojos. Luego que hacen alguna
conversion
á
la fé, adquieren un gran número de va–
sallos
á
la compañia: de suerte que no sufren que ha–
ya ningun español, como lo hacen en el Paraguay.
El pretesto es muy especioso,-"el trato duro y la vida
licenciosa de los españoles." Pero el ejemplo delPa–
raguay hace descubrir otro :fin; porque se sabe, que
esta compañia se ha
c~nstituido
soberana de un gran
reino, situado entre el Brasil y
~el
Rio
~e
la Plata.
Ellos han establecido tan buen gobierno, que los es–
pañoles no han podido nunca penetrar, sin embargo
de que los gobernadores de Buenos-Ayres hayan he–
·cho n1uchas tentativas por órden de la Corte de
España."
(150)
§.
89
308.
Ibamos cometiendo una falta, y era la de no
encargarnos particularmente de lo que ha dejado es–
crito, acerca del mérito de las nüsiones de los jesui–
tas en el Paraguay, el distinguido americano, señor
Dr. D. Gregorio Funes en su estimable obra de la
his–
toria
clel
Paraguay
&~,
refutando varias aserciones del
señor D. Felix de Azara en sus
viajes por la América