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gañáran, y ·con tric1uiñuela tan miserable, que
dá
pe:..–
na.
Y
esto desde el principio de la compañia, recuér–
denlo nuestros lectores-"no somos religiosos sino es–
colares-somos regulares, no absoluta sino condicio–
nalmente-nuestra sociedad no es (le
J
esus, sino co–
legio de la sociedad del nombre de Jesus." Mas doc–
trinas contienen sus libros, que los reverendos padres
aplicaban oportuna é inoportunamente contra los que·
iban á la mano para contenerlos, los desacreditaban,
y
hacían estallar esos escándalos estrepitosos, que se-·
rán negras páginas en la historia contra sus·autores.
La historia no podrá hablar de lo que no- ha sonado
ni se ha visto, de lo que ha pasado en el interior de
los colegios de la compañia,
y
en las conferencias
y
eonsultas,
y
sobre todo en el confesonario. Dios solo lo
sabe; pero los hombres podemos repetir la palabra
de
J.
C.---por sus frutos los conocereis---el árbol malo no
puede dar buenos frutos.
N uestros lectores tienen no
poco adelantado en el conocimiento de los reverendos·
padres.
·
¿Se dirá que los jesuitas de ahora no sostienen el
probaJbilismo? Deberían ellos acreditarlo;
y
mientras
tanto, nosotros probaremos despues, que los jesuitas·
de ahora son lo mismo que sus antepasados.
ARTICULO XVIII,
DEFENSA DE
p
ASCAL.
370. Permítannos ahora nuestros lectores, defender
la memoria del gran Pascal. No poco hemos dicho; .
pero nos faltaba detenernos algun rato con el P. Da–
niel, impugnador·de las
cartas provinciales,
que hacia
empeño de desacreditar, vilipendiando el ilustre nome
bre de su autor con las negras manchas de falsario
y
calumniador.
Echa en cara el P. Daniel al señor Pascal, que "los
jesuitas enseñan que el amor de J)ios no es necesario
para la salvacion,''
y
para demostrar todo lo contra–
rio, pone un largo catálogo de padres ignacianos, em-
o