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apología de los casuistas contra las calumnias de los janse–
nistas,
cuyo autor enseña
á
los jueces á dejarse cor–
romper, á los sirvientes á cometer hurtos domésticos,
permite la simonía y las usuras, y las ocasiones de
pecado, pone en el número de las acciones indiferen–
tes los escesos mas brutales, y por medi o de un al'ti–
:ficio pelig1·oso, quita á los crímenes su nombre, para
perpetuarlos." Otros obispos se espresaban de unmo–
do semej ante, calificando tal libro de "1nonstruo en
la t eología moral, de trastornador de la ley eterna
y
de
la,
conciencia propia, y en el cual, por un estraño
designio, se había acmnulado cuanto de corrupcion
y
r elaj amiento se hallaba en muchos autores." Los cu–
ras ele P arís dec1an en uno de sus escritos----"los je–
suitas son culpables de todos estos males, y no hay
sino dos medios para curarlos----ó la reforma de la
compañia, ó su descr édito. ¡Quiera Di os que ellos to.:.
n1en el primer camino! P ero si ellos se obstinan en
ser la vergüenza
y
el escándalo de la Iglesia, no que–
da mas que hacer su corrupcion tan conocida, que na–
die pueda equivocarse, para que los fi eles no sean se–
ducidos." (220)
L os padr es de la compañia empleaban todo su po–
der y valimiento para hacer frente
á
la falanje vene–
r able que se empeñaba en el descrédit o de sus malas
doctrinas, dándolas
á
conocer al pu eblo cristiano; pe–
ro en ]a mayor parte quedaban frustrados sus esfuer–
zbs. E l poder mismo de los papas no bastaba para
sojuzgarlos, sino que continuaban enseñando su ma–
la moral, aunque condenada ya por A lej andro VII,
é Inocencia XI. Un padre ignaciano, Meunier, de–
fendió en Dijon en
1686
úna proposicion que en–
tre otr3;s cosas decía, que "el pecado filosófico
ó
contrario á la razon, que se comet e por aquel que
no tiene conocimiento ele Dios,
ó
que actualmente
no piensa en Dios, no rompe la amistad del
hom~
bre con Dios ni merece pena eterna." Mr. Arnal- ·
do denunció
á
la Iglesia tal proposicion, como que
sostenía una doctrina que eximia de pecado
á
los
ateos que no conocen
á
Dios,
y
á
los libertinos que no