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Pero ¿nó se podían volver luego esas armas contra
la religion misma? Sin duda alguna;
y
esto fué efec·
tivamcnte lo que sucedió."
Los lectores ünparciales no pueden menos de notar
la suma ligereza, con que el distinguido literato hacia
su calificacion. Pascal no ha dado márgen para que
se diga de él, que •'escribía contra los jesuitas,
única.
nwnte
porque no pensaban como él,
y
porque
los de.
testaba
persona1mente." Pascal desacreditaba do'ctri–
uas ]axas, empleando las armas del ridículo, que an·
tes
y
despues empleáran otros en pró
y
en contra de
la verdad. No necesitaron por cierto V t>ltaire,
y
de–
mas no creyentes, tomar de Pascal ese estílo, para es- .
cribir lo que escribieron contra la religion.
-
Y el ridículo no era la única arma de Pascal; dis–
úurria tambien con lójica irresistible,
y
se refería
á
hechos, es decir,
á
los textos de las obras de padres
jesuitas;
y
tales fundamentos no quedan racional
y
sufi–
cientemente rebatidos con solo decir-:-"escribia con–
tra los jesuitas,
únicamente
porque no pensaban como
él,
y
porque Jos
detestaba
personalmente."·
Pasc~l
pres–
taba un servicio á la religion: impugnando reglas
efectivas
y
no soñadas de moral relajada;
y
tal con–
ducta no tentaba
á
nadie, á que impugnára dogmas
cristianos.
No es la primera vez que escritores protestantes,
aunque distinguidos, tratan con superficialidad cues–
tiones ele católicos; de suerte que por acreditarse de
imparciales como protestantes, se declaran partida–
rios de una escuela teológica entre católicos,
y
se es–
ponen
á
cometer falta mas grave que la de parciali- ' ,
dad. El
I?.
Daniel,
y
otros de la compañia, darían
~s
presivas gracias al señor Schlegel, por su juicio res·
pecto de las cartas pro inciales.
§.
29
348. Demostrada la inju sticia ele los cargos hechos
al ilustre Pascal, la pureza
y
lealtad de los procedi–
mientos de éste,
y
la Jnancomuniclad de opiniones de