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-

ar;

fieÍes 1a unidad de la

fé;

pero cuando ha llegado el caso

de que, ó el pueblo cristiano no ha cogido de alguna Or–

de.n. regular aquellos

ab.und~n~ísimos

frutos

y

apetecida

utilidad, para cuyo fin hab1an sido desde el principio insti–

tui~as

las Ordenes regulares, ó mas bien se ha juzgado ser

danosas

y

que antes suven para perturbar la tranquilidad

de los pueblos, que para contribuir á ella; esta misma

Silla Apostólica, que había trabajado en plantarlas, in–

terponümdo para ello su autoridad, no ha teLido emba–

razo en fortalecerlas con nuevas leyes,

ó

reducirlas á la

primitiva austeridad de vida, ó totalmente arrancarlas y

disiparlas.

4.

Por esta razon, habiendo conocido el Papa Ino–

cencia III, predecesor nuestro, que la demasiada. varie–

dad de ordenes regulares causaba mucha confusion en la

Iglesia de Dios, prohibió rigurosamente en el IV Conci–

lio general Lateranense, que en adelante se fundase nin..

guna orden nueva; mandando que el que deseasp, ser He–

ligioso entrara en una de las ordenes aprohadas; y ade·

mas de esto determinó, que el que quisiera nuevamente

fundar alguna Casa religiosa, tomara la regla é instituto

de una de las ordenes aprobadas. De aquí resultó, que de

ningun modo fué lícito en adelante instituir ninguna nue–

va orden,sin licencia especial del Pontífice Romano; y

-con justa razon, pues instituyéndose estas con el fin de

mayor perfeccion de vida, se debe primero examinar y

considerar maduramente por esta Santa Sede Apóstolica la

forma de vida que se intenta observar, para que no suce–

da, que socolor de mayor bien

y

de vida mas santa, se

originen en la Iglesia de Dios muchísimos inconvenien..

tt

s

y

aun quizá males.

5.

Pero aunque

InoceLcio III, predecesor nues..

tro, hizo e:::;ta disposicion con tanta prudencia; sin em ·

bargo, despues, no solo el importuno anhelo de los que

solicitaban hl1cer nuevas fundaciones, sacó como por

fuerza de la Silla Apostólica la aprobacion de varias or·

denes

regulare~:~,

sino que tarnbien la presuntuosa teme•

rielad de algunos, inventó una casi desenfrenada multi·

tud de diferertes ordenes, principalmente mendicantes,

sin haber obtenido aprobacion. Conociendo plenamente

esto el Papa Gregario X, tan bien predecesor nuestro,

para ocurrir prontamente al mal, renovó en el Concilio ge–

heral

Lugdunense

la

coostitucion del dicho Inocencio

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