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todos los Profetas, les declaraba todas las escrituras que hablan
>>
de él (1).
»
No podemos abstenernos de reproducir aqui un be1l.o rasgo del
célebre P. Ventura de Ráulica:
«
El rito penitencial de los judíos
era, por consiguiente, una institucion tan importante con respecto
á la moral, como sublime con respecto al misterio: una institucion
que, al mismo tiempo que repetía los tristes
y
prolongados gemidos
de la humanidad. caida, preparaba camino á este inefable sacra–
mento de la humanidad regenerada, por el cual el pecador·,
sem–
brando en las lágrimas_, habia de coger en el gozo
(Psal.
i28);
una
institucion que unía, que armonizaba, el pasado y el porvenir, el
tiempo de la caida y el tiempo de la rehabilitacion, el Eden
y
el
Calvario., la antigua eriatura y la
criatura
nueva"~
el
viejo hombre
y
el
rejuvenecido_,
Adan y Jesucristo.
Y ¿no es necesario tener todo el descaro del absurdo para creer
que semejante institucion, lo mismo que aquella á que ha servido
de preparacion
y
de profecía., que estos grandes
é
inmensos
pen~a
mientos hayan procedido del espíritu humano
y
sean instituciones
puramente humanas (2)?
»
Lo mas estraño es, que esa institucion, que no menos en los
tiempos antediluvianos
y
posdiluvianos., que
e~
los de la ley Mo–
saica era el sacramento moralizador
y
salvador de la humanidad,
(si bien en grado mucho menos perfecto que su figurado en la ley
de gracia)') completamente ignorado por los
eruditos
protestantes,
haya sido conocido y aceptado por los pueblos gentiles, que lo re–
cibieron parte ·de las tradiciones primitivas, parte del Pentateuco
de Moises. Rinden respetuoso homenaje
á
esta verdad histórica los
mismos filósofos de la incredulidad, y entre ellos el autor de los
Anales del imperio
se produce así:
e
Los sábios de la antigüedad
»
habían conocido la importancia de la
confesion;
y si no pudieron
(l) Luc., c.
XXIV,
vv.
2o
et 26.
~
(2)
La
Confesion~
3a part. de la
Razon filo s.,
Confer. 17.
-.