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tado en uso hasta nuestros dias entre los hebreos (1), esta práctica,
este hecho, solemne, universal, ha sido ignorado por
los discípulos
de la Biblia,
y
con el insano designio de impugnar la realidad han
negado la existencia de la figura. He aqui como se espresa sobre
esto el Sr. De Sanctis ;
«
Con la misma teo1ógica fantasmagoría
»
hace ver el zeloso jesuita á quien quiere creerle, que la confesion
»
auricular
e~tá
descrita en el cap. V del Levítico, en el cap. V de
»
Jos Números,
y
en todos los demas lugares del Pentatéuco, donde
»
se habla de la lepra. No parece posible que la extravagancia, por
»
no decir la desfachatez teológica, haya podido atreverse á tanto.
»
Pero el pobre Belarmino era jesuita, era cardenal,
y.
es· preciso
»
perdonarlo. A esta c1ase de personas todo es permitido (2).
»
Si la lógica del sarcasmo fuese la lógica de la razon, nada mas
concluyente que el raciocinio del Dr. De Sanctis. Pero las verdades
(i)
Cornelio
á
Lapide dice lo siguiente : «Segun los rabinos el que ofrecía el
sacrificio por el pecado debía poner sus manos sobre la cabeza de la víctima.
y
decir :
Se1ior, yo me a1·rojo
á
vuestros pies; yo he pecado, yo he olJmdo inietta–
mente,
yo he prevaricado,
YO HE HECHO ESTO Y ESTO;
yo rne a'rrepiento, yo me
m..1ergiienzo de rnis acciones; yo no haré semejante cosa.
Los sacrificios> segun los
mismos Hebreos, no servían para nada., ni expiaban los pecados,
á
menos que se
uniesen
á
ellos la penitencia
y
la confesion, conforme está rnandacl0 aqui tLevit.
c.
Y),
y
en el c.
v, v.
7
de los 1\"úmeros. Aun hoy mismo los judios hacen en el
di~
de
la
expiacion
esta confesion
particttla?·
de sus pecados;
y
se dan golpes
]JaTa que
si?·van de satisfaccion,
corno lo he oído decir
á
ellos mismos. Por lo dicho se ve
que siempre ha sido particular entre los jutlios la confesion, que los herejes quieren
hacl'i'
vaga y general
entro los cristianos. ,,
A
Lapide, in c.
v
Levit.,
v.
5. -
«Es. necesario, dice el antiguo libro
Beth Midoth, qtbe el penitente confiese clam
y
distintamente la ve1·güenza y el op1·obio de sus obras;
si el duda hacer esto, no es
posible que su enmienda sea perfecta. , -
«
D~sde
que la cosa del santuario fué
derribada por nuestros pecados, decüt un céle1)re rabino, llamado l\lois('s, no nos
resta mas que
la expiacion verificada po?' las palabms;
esta es la razon porqué en
la fiesta de las
expiaciones
estamos obligados
á
la peniteneia
-y
á
la
confesion.
»·
Era entre ellos una maxima muy recibida, segun las palabras de los dos Talmud,
que cada pecador debia en ciertos easos declarar las faltas que había cometido.
Tal es la doctrina,
dice el Talmud de Jerusalcm....
La necesidatl de la confesion
ftté conservada.
Algunos rabinos aconsejaban ademas,
de conformidad con un an–
tiguo úso,
que se escribiesen en caracteres secretos las faltas que se habían come–
tido,
á
fin de tener por este medio como un memorial permanente de penitencia.
tGerbet,
Dogma de la penitencia).
(2)
Ensnyo, p. 22.