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y

por esmerada que sea la consagracion á

s~educacíon

moral

y

religiosa, sin la cual

no

hay bienestar eh las famílias; la mision

paternal es las mas veces incompleta é ineficaz. Dios no hubiera

instituido el apostolado sacerdotal sobre todos los miembros de la

Iglesia, si hu-biera bastado la solicitud paterna para formar buenos

hijos, buenos ciudadanos, buenos cristianos. El gran defecto de la

legislacion

p~gana

consistía en hacer al jefe de la familia padre

y

sacerdote: defeeto que ha hecho revivir en gran parte el protes–

tantismo ; pero que babia eliminado del Evangelio el Salvador del

mundo con la creacion de un sacerdocio célibe é independiente.

Efectivamente, la igp.orancia en una parte considerable de los

padres, y en casi todos las ocupaciones imprescindibles para pro–

porcionar

á

la familia el sustento necesario

y

cuidar de su crianza

fisica

y

del regimen domestico, son poderosos obstáculos que hacen

casi imposible la perfecta educacion moral y religiosa de los hijos

por sus padres,

y

exigen el socorro del ministerio sacerdotaL Por

otra parte hay secretos que el hombre ni puede ni quiere revelar

mas que

á

Dios en su ministro, que se halla obligado al sigilo por

un precepto inviolable. Lo primero que procuran los hijos, cuando

tratan de obrar el mal, es esconderlo de la vista de los domesticas.

Ni el padre, ni la madre, ni el hermano, ní el preceptor, conocen

lo que pasa en el fondo de su corazon. Solo en el tribunal de la mi–

sericordia, en que la

dulzur~

y la caridad del ministro de Dios ins–

piran una confianza sin limites á la ·obligacion de manifestarse, es

donde pueden reformarse tantas costumbres viciosas, que mas tarde

se harían no menos perjudiciales, quo incorregibles. En ese tribu–

nal divino donde la santidad del Sacramento, el sagrado carácter

sacerdotal

y

la sabiduría é íncorruptibiJidad de costumbres

y

do.c–

trina rodean de respeto

á

su Ministro,

y

dán

á

sus palabras una

fuerza irresistible, la niñez es iluminada

y

dirigida por las sendas

de la oLecliencia, el respeto y amor á Dios, á sus padres

y

á sus pró–

jimos; la juventud es corregida

y

preservada de la depravacion del