[ 39 ]
.
siones de nuestros mayores, empleadas precisamen–
te e n aquellos tiempos fe lices e n que nada resolvían
los obispos sin consejo y acue rd o de su clero. Algu–
nos prelados de la ig lesia de Francia e n esta última
época se ha n servid o del mismo abuso; pe ro otros
mas ilustrados,
y
los mejores teó logos fr anceses, ·no
han cesado de reprocharl es. qu e á impu lsos del fana–
tismo renunciaban á las máximas mas notorias de s u
igl esia. Admíram e mucho qu e e l autor de cierno libro,
titulado:
De suprema 1·omani pont1jicis auctoritate
lwdie1·na ecclesit:e galicana doct1·ina,
haya pretendí·
do probar co n las auto rid ades de l ca rd ena l de B issi,
d el obispo Lanquct
y
de otros obispos constitu cio·
narios, desertores públicos de las máxim-as de la
iglesia gali cana
á
la faz de toda la F rancia, que se–
g un la doct rin a co nstante de dicha iglesia, no debo
distinguirse la seda de l obispo, ni el papa de la sedo
apostólica; y que esta disti nc ion es a rbitrar ia,
é
in–
ventada por novado res para sacud ir el yugo de toda
obediencia a l soberano pontífice. No e;: mi ·propósi–
to refutar ;;:emej ante libro fundado por una parte en
algunas equ ivocaciones,
y po r otraa poyado comun–
mente en la áutoridad d e person.as, qu e co n
el
calor
de la disputa y e l fanat ismo de partido, pusieron e n
olvido las máximas nacionales mas co nstantes
y
uni–
ve rsalme nte reconocidas. Q uizá en e l di sc urso de
este escr ito se me ofrecerá ocasion ele volver á ha–
b la r d e dicha obra: bástame po r a hora que sea un a
ve rdad, no so lo recibida e n F rancia, aunq ue dese–
chada en nuestros dias por a lgunos pocos fanáticos
constitucion a ri os, sino abrazada por todo el que tie–
ne a lguna tin tu ra de la antig ua disciplina, de la natu–
raleza de l órcle n geriírqu ico, y de las reglas de l buen
juicio, la do que el ob ispo y su ig lesia, la setle y ol
presiden te son objetos que naturalmente se distin–
guen:
y
que s i bien el uno corno gefo visib le de
la otra tenga derecho á representarla, de hecho no