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ótros tantos monumentos que prueban esta verdad.
Puraréme mus bien á considerar la inexactitud de
aquellos teólogos, que sin atender
á
los diversos mo–
tivos de esta eomunicacion
mú~a,
se valen de ella
como de invencible argumento para probat· la infali–
bilidad pontificia. El espíritu de comunion eclesiás-
1ic'Íi animaba á todas las iglesias, las· cuales se pres–
tnba n mútuarnente el auxilio de sus luces, se consul–
taban á competencia,
y
se cl alo>a n la mano en
lo~
in–
tereses comunes. Tal fué'la práctica de los pastores,
y
de los mismos soberanos pontífices, quienes con–
sultaron frecuentemente las iglesias mas insign es,
y
buscaron luces en los mas ilustrados obispos de las
otras partes del mundo,
y
hasta en las universidades
mas célebres. ¡Cuantas veces, sin recurrir {t otros
· ejemplos, no fué consultada la iglesia de Africa en
tiempo de san Agustín sobre lás materias de la gra–
cia
1
Consultaron tambien los papas
á
aquel santo
.doctor particularmente, como oráculo de esta doctri–
na;
y
las decisiones de los sínodos africanos reci–
bieron la a probacion de tod a la iglesia. Pero á na–
die le ocurrió en aquellos tiempos la idea de fundar
sobre esta correspóndencia mútua de las iglesias
entre sí,
y
particularmente con la primera de todas,
la opinion de que algpna de ellas, inclusa la princi–
pal, tuvi ese el privilegio de ser infalibl e en sus jui–
cios: por el contrario, esta accion
y
reaccion de las
iglesias cuando se trataba de la fé, prueba evidente–
mente la persuasion general en que estaban de que la
fuerza para condenar el error consistía en el concur–
so de todas, es decir, en la unidad.
§.
III.
La iglesia romana e ra sin disputa consultada pre- ·
ferentemente
~
las
de~as
por muchos títulos. Es
:¡usto
y
convemente cuando se trata de saber cual es
la doctrina tr smitida por Jesucristo, recurrir
á
las