- 3 11-
deracion y obediencia del Pontífice hacían contraste con la
fogosidad y desa fuero dei:Príncipe; pues al paso que le desa–
probaba su creencia y su persecucion de las imáj enes, le ha–
blaba en términos respetuosos, h asta llamarle jefe de los
cristianos-la.mqumn
im:pe·rato1· et caput clu·istianonmz:
y
asi como le reproba ba que se mezclase en las materias pro–
pias de los pastores eclesiásticos, le confesaba
inj enu~men
te, que á estos no les tocaba entrometerse en los negocios de
palacio, ó en los que correspondían a la R epública. Sin ·em–
bargo J)o deja de mirarse el pontificado de Gregario II
como la verda dera época de la revolucion, que acabando de
arruinar el Imperio Romano en Occidente, preparó los ca–
minos á la soberanía tempo •·al de
la
Santa Sede.
En tiempo de Gregario III tomaron los negocios mayor
incremento. Quieren unos, que imitó la conducta laudable
de su predecesor; pero otros juzgan que se a partó;
y
no
falta quien diga, que trató mal al Emperador, reprochán–
dole su ignorancia presuntuosa y s u barbarie, y que le ame–
nazaba, aunque disfrazadamente con la insurreccion de los
pueblos de Italia. E llo es, que los escritores mas adictos al
pod er poHtico d·e los Papas, no pueden menos de confesar,
que los P apas continuaban honrando al Emperador, no re–
nunciando á su dominacion de una manera definitiva.
5. Conducta da Zacm·ias
y
de Estevan II.
Los apuros en que ponían los Lombardos el ducado ro–
mano, movieron á los Papas á buscar defensores en Fran–
cia, ya que no podían serlo los E mperadores Griegos. Gnl–
gorio II y Gregario III habían escrito sucesivamente á Car–
los IVIartel;
y
consta de antiguos documentos, que este paso
fué dado ;
á
consecuencia de haber renunciado el pueblo
romano la d ominacion del Emperador. Pero esas negocia–
cion es no tuvieron efecto,
y
el Papa Zacarias procuró al–
canzar del Reí Lombardo la restitucion de las ciudades
pertenecientes el exarcacl o, mantener
la autoridad
del
cxarca,
y
por consiguiente la del Emperador, de quien era
representante,
y
lo consiguió en gran parte. E l ag rado con
que miró el Emperador la cond ucta del Papa, acredita sufi–
cientemente, que el príncipe no creía mengua dos sus de re–
chos en las provincias res ti tuidas por la intercesion del
P ontífice.