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se, que el Emperádo1· Constantino hi zo uonacio n al Papa
San Silvestre de la ciud au de Roma,
y
de otras ciudades
y
provincias. l\'las á poco hacer, demuestran los erúditos la
falsedad de semejante pieza, por la diversidad del estilo, por
el uso de títulos
ento1~ces
inusitados, por conmemorarse he–
chos nunca acaecid os,
y
por otras razones que será fácil co–
nocer al que rejistrare. E llo es que, á pesar de la preten–
d id a donacion, los Papas no fueron señores de Roma; ni
los clérigos de la Iglesia Romana eran patricios
y
cónsules,
con otras dig nidades
y
favores, con que se su ponen deco–
,·ados por Constantino;
y
los Emperadores continuaron
sie ndo Señores de
la
Italia,
y
con ella de Roma. Se cree que .
en el,siglo l X se habló por primera vez de esta falsa dona–
cion. Despues en el siglo X I hizo alarde de ella el Papa
J_.eo IX;
y
se encuentra tambien en los escritos uel Car–
denal Damian,
y
en las colecciones canónicas ue Anselmo
de Luca, lvon
y
Graciano.
3. Causas que prepm·m·on el dominio tempoml de los Papas.
Se numeran entre estas causas la imprudencia de los Em·
perau ores, que en vez de trata r bien á los pueblos de Ita–
lí a, combatían la relíjion católi ca,
y
perseguían
á
los Papas.
Para agravar el mal, enviaron
á
Italia,
y
á la misma Roma;
maji strados mal dispuestos,
y
por lo regular herejes, que
hacían mas odiosa la dominacion del Emperador. E l· des–
Ú édíto del Emperador aumentaba naturalmente el influjo
de los Papas, mirados en la Italia como su principal recur–
so en las calamidades que la desolaban. La debilidad del
imperio de Oriente contribuía igualmente al propósito in–
dicado;
y
en fin, los vasto$ progresos de las instituciones
eclesiásticas; porque, valíendonos de las palabras de un es–
critor, " los Papas
y
Obispos habían obte nido esas reputa·
ciones imponentes, que en
el
seno de las turbaciones
y
de
lo~
desastres pú blicos, son siempre principios de poder."
4•.
Co~tducta
de Greg01·io II
y
Grego•·io III.
Seguimos gustosos la relacion de los historiadores lati–
nos, segun los cuales, á Gregario II se debió, que no hu–
biera un trastorno en Italia contra
el
Em¡)erador.
~a
mo-