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Muestms · de la primacía de S. Ped•·o, sin ser
mona~
ca;
Mientras tanto, detengámonos un poco en hablar de l>i
singularidad ó primacía, que se encontraba en Pedro. En
prueba de que manifest.aba en sí la unidad de la Iglesia
cristiana, son aquellas muestras de prefere(lcia que se notan
frecuentemente en el evangelio. C uando Jesus escoje pocos
de sus discípulos, para que fuesen con¡pañeros .suyos en
algunos sucesos notables de su vida, Pedro se halla siem–
pre entre ellos y
á
su fren te, como en la trasfiguracion, en
la resurreccion ele la hija del j efe de la sinagoga,
y
en la
vigilia del huerto. La primacía ele Pedro no era un secreto
desconocido de las turbas, ni de los oficiales públicos;
y
cuando los recaudadores del tributo vinieron á cobrado
á
Jesucristo, no se dirijieron á ninguno de los otros apósto–
les, sino á Pedro para preguntarle, si lo pagaría su maestro;
y Jesucristo lo pagó por sí y por Pedro. Todos los evan–
gelistas le nombran en primer lugar:
~s
el primero que toma
la
palabra para que se llene la vacante del apostolado: el
primero que habla en el Concilio donde se trata de la ob–
servancia de los lega les; el que despues de la venida del·
Espíritu Santo p'redicó el primer sermon ,
é
hizo el
prime~
milagro en el nombre de Jesus;
y
el que levantó la voz con–
tra Ananías
y
Safha. Cuando Herodes mandó ponerle en
prision, la Iglesia miró este accidente como una g ran ca–
lamidad,
y
dirijió
á
Dios sus oraciones sin intermision por
Pedro.
Si alg uno dij era, que los citados pasajes no demostraban
en rigor el primado de Pedro, le responderíamos que lo su–
ponían;
y
que las circunstancias que acompañaban los suce–
sos, publicaban su oríjen, ó señalaban la autoridad que lo
estableciera. Porque, si todo se hacia. en presencia de Je–
suCJ·isto: si los apótoles lo eran, porque Jesucristo los hizo
tales con su llamamiento;
y
si de Jesucristo recibieron su
.mision y p oder; cuando ellos reconocían en Pedro una sin–
gularidad ó primacía, no era, ni podia ser, sino por la vo–
luntad
y
disposicion de Jesucristo. Así pues, aun cuando
permitieramos, que dich a primacía no estaba probada por
l~s
hbros del nuevo testamento, lo estaría por otro testimo–
mo, tan auténtico para los católi cos,
y
de tanto valor como
la E scritura.