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fera que por 1non1entos presagiaba los estallidos de

la tormenta.

Verdad es que el vicario Clara tuvo en su favor

numerosas adhesiones, for1nadas en su 1nayor parte

de n1ie1nbros de] clero y de distinguidas y respeta–

bles n1atronas. Verdad igualn1ente que tuvo de

8U

lado) el ilustraao concurso de algunos profesores de

la universidad de Córdoba

y

el de algunos lnagistra–

clos judiciales ele la misrna provincia, los cuales ctun–

plieron abnegadamente con lo que creyeron ser para

ellos un deber sagrado é ineludible ilnpuesto á su

conciencia

reljgios~.

Verdad, por últüno, que la ac–

titud y las doctrinas del do :::tor Clara consiguieron

pro1nover debates sérios en el seno del congreso na–

cional y fuera de él, y hubo escritores y represen–

tantes que apoyaran sus procediwientos y lo alenta–

ran para seguir en la resbaladiza pendiente en que

se hallaba con1pro1netido.

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---Pero no es menos cierto que la gran n1a–

yoria de la República, representada por los mas

caracteiizados centros de opinion, fné contraria

a

esa actitud; que la prensa fué casi unánime en re–

probar los procedimientos invasores de la autoridad

eclesiástica; que las cá1naras legislativas nacionales

se 1nanifestaron adversas á las pretensiones de] cle–

ro cordobés, desechándose las tentativas hechas para

cohonestar los procedilnientos de aquel, con nn voto

advei·so á las n1edidas dictadas por el poder ejecutivo