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las ciencias y en las artes

y

se les amaestraba en el ma–

nejo de las armas para la defensa de la patria. Estos,

á

la vez que respetaban y obedecían á los autores de sus

días, los ayudaban en el trabajo, guardaban muchos de

ellos los rebaños, oían sumisos sus amonestaciones

y

gra–

baban en sus corazones las máximas ele la moral más

pura, que aprendían con la lectura de su único libro ins–

pirado, la Santa Biblia.

A

las hijas se les enseñaba prácticamente todos los

debt:res domésticos, de suerte que cuando se casaban les

era muy fácil desempeñar sus obligaciones de esposas y

de madres. sin que se descuidara por esto de imprimir

en sus almas el amor á la religión

y

á la patria. Por esto,

ningún pueblo de la tierra ha producido más heroínas y

mujeres célebres que el hebreo: la intrépida Jael, la va–

lerosa Judit, la ilustre Débora, la insigne Ester

y

tantas

otras, de que no hago mención, han sido

y

serán siempre

la gloria de su nación.

Los israelitas, tanto bajo el gobierno teocrático, como

en el de los reyes y

ele

los jueces, únicamente tributaron

culto y adoración al Dios de Abraham, de Isaac

y

deJa·

cob, es decir. al verdadero Dios, único creador del cielo

y de la tierra y conservador de cuanto t.iene ser; y si al–

gunas veces se contaminaron con la idolatría de los pue–

blos paganos, presto volvían sobre sus pasos, al recono–

cer los castigos que el Señor les enviaba por su infideli–

dad,

y

á la sola voz de sus profetas se humillaban

y

con–

vertían de nuevo.

La esclavitud, aunque subsistió entre los judíos, fué

menos dura que entre los infieles, y sobre

et

derecho del

más fuerte,

la ley consignaba el principio de

la

igualdaJ,

declarando á todos los hombres hijos ele Dios y herma–

nos entre sí.

La ley del jubileo nivelaba periódicamente la fortuna

de las familias, en las cuales apenas se conoció el

paupe–

rismo

carcoma de las sociedades modernas.

Por los ligeros rasgos que he expuesto se ve claramen–

te, que aunque la sociedad doméstica t"ntre los hebreos

no estaba á la altura de su institución primitiva, no obs–

tante el cuidado que tuvo su legislador

l oisés de recria–

mentar en su código divino los deberes recíprocos de los

e posos

y

de los hijos; ella sin embargo,

e hallaba muy

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