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143-

de de lueo-o, renuncio á tan ingrata

é

ímproba tarea, tan–

to por no abusar de vuestt a paciencia al e cucharme,

cuanto por no re petir las

cnte!dades

y

/J1'0stituáón

de que

acabo de ocuparme re pecto ele las otras naciones paga–

nas que, al quedar sujetas á sus conqui tadores, comuni–

caron . us corrom pidas costumbres á

la metrópoli del

mundo.

El

deredw de vz'da

y

muerte

sobre la mujer, lo hijos

y

los esclavos, el

infanúcidio,

la

mutilación

la

esclavúud,

la

p olig·amia

el

scm·ijicio de sa11l:re lmma1ta,

así en los tem–

plos, co mo en Jos antros de los agoreros

y

entre los gla–

diadores del circo; todo esto autorizado por las leyes.

nos da una idea, aunque pálida, del estado á que había

sido reducida la familia, despojada de los nobles carac–

teres de su institución divina.

V

En medio de los horrores de esta noche de crimfn y

maldad, en que se precipitaba el paganismo hacia el abis–

mo de su perdición; en medio de estas sombras

y

tinie–

blas de muerte, en que vagaba sin guía el género huma–

no, debía aparecer una

luz

que le mostrara el recto sen–

dero de que se había apartado. Este Lázaro sepultado,

durante cuarenta siglos, en el sarcófago pestilencia! de

los vicios

y

cubierto con la

pe~ada

losa de la costumbre,

debía oír una

palabra omnipotente

que le devolviese la vi–

da. Y esta

luz ,

y

esta

palabra,

que no las había en la tie–

rra, debían venir del Cielo. J esucristo, el

Ve1·bo E temo

del Padre, el que es la luz verdadera que alumbra

á

todo

hombre que viene á este mundo. (Ev. Juan.

1- 9),

el que

es el

camino,

la

verdad

y

la

vida

(Ev. Juan.

14- 6),

era el

único que podía obrar el portento de regenerar la socie–

dad

y

renovar la fa z de la tierra.

Si Eva, la primera mujer, engañada por

atanás ha–

bía perdido

á

la humanidad; otra mujer, según el plan

divino, debía aplastar con su inmaculada planta la cabe–

za del infernal traidor, y ser el principal instrumento de

la humana regeneración. De ella depe ndía en cierto mo–

do la unión del hombre con Dios, por medio de Jesucris–

to, por esto, antes de realizarse el gran misterio de la En–

carnación, se solicitó su consentirr:iento por ministerio

del arcángel Gabriel;

y

sólo cuando ella pronunció el

jiat