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de de lueo-o, renuncio á tan ingrata
é
ímproba tarea, tan–
to por no abusar de vuestt a paciencia al e cucharme,
cuanto por no re petir las
cnte!dades
y
/J1'0stituáón
de que
acabo de ocuparme re pecto ele las otras naciones paga–
nas que, al quedar sujetas á sus conqui tadores, comuni–
caron . us corrom pidas costumbres á
la metrópoli del
mundo.
El
deredw de vz'da
y
muerte
sobre la mujer, lo hijos
y
los esclavos, el
infanúcidio,
la
mutilación
la
esclavúud,
la
p olig·amia
el
scm·ijicio de sa11l:re lmma1ta,
así en los tem–
plos, co mo en Jos antros de los agoreros
y
entre los gla–
diadores del circo; todo esto autorizado por las leyes.
nos da una idea, aunque pálida, del estado á que había
sido reducida la familia, despojada de los nobles carac–
teres de su institución divina.
V
En medio de los horrores de esta noche de crimfn y
maldad, en que se precipitaba el paganismo hacia el abis–
mo de su perdición; en medio de estas sombras
y
tinie–
blas de muerte, en que vagaba sin guía el género huma–
no, debía aparecer una
luz
que le mostrara el recto sen–
dero de que se había apartado. Este Lázaro sepultado,
durante cuarenta siglos, en el sarcófago pestilencia! de
los vicios
y
cubierto con la
pe~ada
losa de la costumbre,
debía oír una
palabra omnipotente
que le devolviese la vi–
da. Y esta
luz ,
y
esta
palabra,
que no las había en la tie–
rra, debían venir del Cielo. J esucristo, el
Ve1·bo E temo
del Padre, el que es la luz verdadera que alumbra
á
todo
hombre que viene á este mundo. (Ev. Juan.
1- 9),
el que
es el
camino,
la
verdad
y
la
vida
(Ev. Juan.
14- 6),
era el
único que podía obrar el portento de regenerar la socie–
dad
y
renovar la fa z de la tierra.
Si Eva, la primera mujer, engañada por
atanás ha–
bía perdido
á
la humanidad; otra mujer, según el plan
divino, debía aplastar con su inmaculada planta la cabe–
za del infernal traidor, y ser el principal instrumento de
la humana regeneración. De ella depe ndía en cierto mo–
do la unión del hombre con Dios, por medio de Jesucris–
to, por esto, antes de realizarse el gran misterio de la En–
carnación, se solicitó su consentirr:iento por ministerio
del arcángel Gabriel;
y
sólo cuando ella pronunció el
jiat