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dió lo mismo con lo últimos, que fueron arrastrados por

el perverso ejemplo de.: Lamecl1 de la rama de Caín, que

fué el primero que prostituyó el lecho conyugal, toman–

do d0 mujeres á la vez.

De entonces en adelante ¿qué entendimiento, Señores,

por privilegiado que se le considere, puede imaginar, ni

qué lengua, por elocuente que sea, puede describir el

degradante estado de la humanidad, que ebria de placer

y

envuelta en la vorágine de los más repugnantes vicios,

se precipitaba en el abismo de la más inmunda y e pan–

tosa corrupción, olvidada por compl eto de su nobilísimo

origen

y

sorda á las amenazas del Cielo? Sólo la histo–

ria santa ha podido darnos una idea del estado del mun–

do en esa época de prevaricación universal. cuando nos

refiere lo que Dios justamente indignado dijo al Patriar–

ca Noé, único varón que encontró grato ante sus ojos,

merced á su fidelidad. Hé aquí sus palabra

-"Raeré

de la haz de la tierra al hombre que !te creado, desde el

hombre !tasta los animales, desde el reptzl lws!a las aves

del cielo; porque me arrepimlo de !tabedos lter!to''.

(gen. 6

-7)

oé comunica esta terrible amenaza á los hombres,

por ver si en vista de ella se arrepienten: ellos despre–

cian el aviso y se obstinan en el mal,

y

Dios manda abrir–

se las cataratas del cielo,

y

queda sumergida toda carne

en las aguas purificadoras del Diluvio.

Y en verdad, Señores, que este memorable uceso no

es cuento mitológico inventado por la acalorada fanta–

sía de un poeta como juzrran algunos incrédulos volteria–

nos: el relato de este cataclismo universal, consignado

por l\loisés en su libro inspirado, está conforme con las

tradiciones de todo

los pueblos

y

comprobado por los

descubrimientos de la ciencia

modern<~,

como lo asegu–

ran el Abate l\loigno, el P. l\'Iir

y

otros sabios geólogos

en sus magistrales obras.

En

oé,

á

quien por su piedad conserva Dios, como

semilla de las futuras generaciones, comienza una nueva

época. Con él celebra el Eterno un pacto de alianza

y

renueva las promesas hechas á nuestros primeros padres

de enviar un Redentor al mundo.

l\Iultiplícanse de nuevo los hombres sobre la tierra

y

echando en olvido, tanto el castigo como la alianza, vuel–

ven á entregarse á la más espantosa abominación, salvo