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SENOR NUESTRO.
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ro-dia vendrá ._ en que les será quitado el Esposo , y en–
tonces ayunarán,
y
su ayuno será harto mas austero que
el vuestro.
Pocos dias despues, yendo Jesus
á
la ciudad de Nain,
encontró
fi
la puerta de la ciudad el acompañamiento
de un jóven que llevaban
á
enterrar: el tal era un hijo
único de una viuda, la cual iba en el acompañamiento
desconsolada y llorosa. El Salvador-., movido á compa–
sion de la afligida muger, la dixo: No llores; y acercán–
dose luego á las andas , puso sobre éllas la mano,
y
le
dixo al muerto: Mancebo., levántate, yo te lo digo: lo
mismo fué decir esto, que incorporarse el muerto, sen–
tarse sobre las andas, y empezar
á
hablar;
y
cogiéndole
Jesus de la mano, le entregó sano
y
bueno
á
su ma–
dre, No se puede decir cuál fue la admiracion de todos
los circunstantes: iSe vió jamás cosa igual, se decian únos
á ótros, llenos de un santo
temor~
i
se vió jamás un
profeta tan
grande~
La fama de este prodigio se exten–
dió bien presto por todo el pais .,
y
no babia quien no
quisiera ver
y
oir al que hacia semejantes milagros.
Los discípulos de san Juan fueron á ver á su maes–
tro á la cárcel,
y
le contáron todos estos prodigios: en
lo aturdidos y pasmados que estaban, conoció claramente
el santo Precursor, que aunque les babia dicho tantas
veces y tan expresamente que Jesus era el Mesías, to–
davía no lo creían; y así quiso que fuesen
á
con ven–
cerse de éllo por sí mismos. Habiendo, pues., ido los dis–
cípulos de Juan
á
hablar al Salvador ·, le dixéron: Juan
Bautista nos ha enviado
á
saber de ti, si eres el que ha
de venir., ó si debemos esperar ótro.
El Salvador, que estaba rodeado de una infinidad de
gente., no les respondió por el pronto: curó entretq.nto
en presencia de éllos todos cuantos enfermos habían ve–
nido
á
él,
é
hizo
á
su vista un gran número de mila–
gros;
y
encarándose despues á los discípulos de Juan,
les dixo: Id á contar á vuestro maestro todo lo que aca–
bais de ver: deddle que los ciegos ven, que los cojos
andan por su pie., que los leprosos quedan limpíos ., que
los sordos oyen· , que los muertos resucitan., y que será
bienaventurado el que no se escandalizare de mí; es de–
cir, el que no dudare de mi divinidad al verme en la