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VIDA

Vírgen cuando ·trata del pecado original, en que son con–

cebidos generalmente todos los hombres , sino que ni

aun puede sufrir que se ponga

en

cuestion si estuvo suje–

ta á él. La razon que alega explica todavía mejor su pen–

samiento; po rque sabemos, d ice el santo Doctor, que es–

ta incomparable Vírgen recibió tanto mas

abundan~es

gra–

cias para triunfar enteramente del pecado, cuanto mere–

ció concebir

y

parir al que la

f~

nos enseña haber sido

exen to de todo pecado,

y

absolutarpente incapaz de tener

nada de con1un con el pecado.

i

"Qe

dónde podria venir,

dice en otra pa r te, la mancha á una casa en que ningun

habitante; esto es, ningun desee;> terreno, ningun extran–

ge('o entró j amás, ni fue habitada jamás sino por el Señor

q_ue

la

crió?

Unde sardes in domo

in.

qua nullus habitator

terrce accessit? Solus

ad

eam ejus fabricator et Dominus

ve·

nit

(D.

Hier. epist.

ad

Eust.) ~

No hay duda, dice san Ge–

rónimo, que la madre del Señor debió ser de una.pureza tan

grande

y

de una santidad tan perfecta, que no se la pu–

diese echar en . cara haber sido ·manchada jamás con el

meno r pecado. María es aquella vara de que habla el Es–

píritu santo, dice san Ambrosio, toda .derecha, t-Gda lisa

y

resplandeciente, en la cual jamás se halló ni el nudo del

pecado original, ni la corteza del actual.

Este sentimiento es tan universal

y

tan comun entre

los padres de la Igles ia, que no se sabe haya habido al–

guno que se haya atrev ido á poner e°' duda si la santísi–

ma Vírgen contraxo el pecado original.

Este insigne privilegio les pareció á todos tan conve–

niente á la augusta cual idad de madre de Dios, que no

halláron términos bastante pomposos, ni basta.nte enérgi–

cos para publi car

y

celebrar esta pri mera gracia;

y

todas

las ·razones de este insigne privil egio las encierra san

Agustín en decir que la carne de Je.,us es una parte,

ó

es

la mi sma carne que la de María madre

d~

Dios :

Caro Je–

su,

caro

est

Marire (Aug.

de AssuYJJpt .

B. V.).

A la verd ad,

i

qué hijo podría jamás sufrir que su ma–

d re hubiese estado un solo instante cubierta de lepra, que

h ubi ese estado en desgracia del soberano, y que hubiese

sido esclava de su mayor enemi go , si hubie ra estado en

su poder el

estorbarlo~

El

Hijo

de Dios pudo embarazar

el que su madre estuviese en el primer instan te de su con·