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DOMINGO CATORCE
siglo de Cár1o Magno, es una admirable regla de conducta,
no solo para los gálatas , á quienes escribe san Pablo, sino
tambien para todos los fieles. Los exhorta el santo
Após–
tol
á
que vivan como hombres espirituales , segun las lu–
ces
y
la conducta del Espíritu santo.
y
no segun los de.
seos de la carne, que nunca se cumplen sin darle la muer–
te
al alma .
.
Spiritu ambulante, et desideria carnis non perficietis.
i
Que reis no cumplir los deseos de la
carne~
les
die~:
caminad segun-el espíritu ; es decir, seguid las impr'e.:..
siones
y
los piadosos movimientos de la gracia. La con–
cupiscencia es aquel apetito desordenado que ha queda·
do en el hombre despues del pecado
y
por el pecado.
Todos nacemos con este enemigo doméstico. Podemos
en·flaquecerle con la ayuda de la gracia; pero no des–
truirle de todo punto.
Es
necesario que estemos conti-
. nuamente con las armas en la mano para pelear contra
él: debemos estar alerta
á
todas horas contra sus artifi–
cios: es necesario velar dia
y
noche contra sus embosca–
das
y
sorpresas: es un peso que arrastra , es una sirena
que encanta , es una raiz de pecado. El medio de dete·
ner este corriente, de resistir
á
sus encantos,
de
estorbar
que
esta raiz envenenada no produzca algun arbusto,
di–
ce
el Apóstol,
es
caminar segun el espíritu de Jesucristo.,
es vivir segun las máximas del evangelio, es mortificar
todas las pasiones , las cuales se pueden llamar las
hijas
de la concupiséencia.
Caro enim.concupiscit adversus spiri–
tum, sp.iritus autem adversus carnem;
porque la carne tiene
unos deseos que son contra el esp
íritu,
y
el espíritu de–
sea lo que es contra la carne;
y
a.síse hacen la guerra
el úno al ótro, sin que entre estos dos enemigos haya ja.
más
paz, ni
aun
siquiera treguas. La carne
y
el espíritu
significan aquí los dos principios de todas nuestras accio–
nes
morales. La ca rne,
ó
la concupiscencia, dice Teodo-
1·eto , es el principio de las acciones malas: el espíritu,
ó
el
movimiento de la gracia es
el
principio
de nuestras
buenas obras: estos dos principios son demasiado
contra–
rios
para
que estén jamás
de
acuerdo. De aquí nace
aque·
na
inclioacion natural al mal que
la
conciencia condt!na:
de
aquí aquel pensamiento,
y
aun deseo
de
hacer
el
blPn
que la
concupiscencia irn
pide
que se haga: de aquí aque-
.,