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DESPUES DE PENTECOSTES.

209

lla

ley

que advertimos en nuestros sentid os

y

en nues–

tros miembros,

y

de que habla el Apó tol, la cual se

opone sin cesar

á

la ley del espíritu. La gracia ilumina,

solicica,

é

insca para que se haga el bien : la concupis–

cencia grita todavía mas alto que la voz de la gracia;

y

emplea los sentidos , las pasiones , el amor propio ;

y

to–

do lo pone por obra para apagar esta luz, y hacer in–

e fi caz

é

inúcil la voluntad de hacer el bien. Es verdad

que nuestra libertad queda siempre entera á pesar de las

poderosas instancias de la gracia ,

y

de la rebelion de

la

concupiscenci a ; i,pero hacemos siempre buen uso de esta

libertad? En esta guerra contínua entre el espíritu y la

carne, '

i

queda siempre la victoria de parte del

espíritu~

i

no vamos jamás

de

acuerdo con el enemigo

de

nuestra

salvacion, ahogando nosotros

mi ~mo

los piadosos mo–

vimientos de la gracia? La carne, dice el Apóstol, desea

lo que es contra el espíritu; demas iado lo experimenta–

mo :

y

el espíritu desea lo que es contra la carne; bas–

tante nos lo da á

conoce~

nuestra conc.ienci a. Así se ha–

cen la guerra el 6no al ótro , a ñade el Após tol , de mo–

do, que no haceis todo lo que qui siérais hacer; es de–

cir, que la propension al mal, junta con la rebeli on de

las pasiones, nos lleva muy frecuen tement e á res islír á

las luces de la razon,

y

á

los movi mien tos de

la

gra–

cia; de suerte, que conociendo el bien,

y

aun

quer ién–

dole, pero con una voluntad floxa

y

débi l, nos rend imos

á

la propensíon natural que tenemos al mal; pero sietn ..

pre libremente,

y

por consiguiente por nues t ra sola cul–

pa.

ro hago

el

mal

que

110

quiero

,

di ce el Apó to1-, escri .

hiendo á los romanos. Por el mal

qu e

hace el hombre

sin querer

y

contra su voluntad, entiende san Agus tin

la

rebelion de la concupiscencia,

y

los malos deseos involun–

tarios;

y

por el

bien

que quería hacer

y

no hace , aque–

lla

prontitud y perfeccionen el cumplimiento de la

ley

.de

Dios, á que se opone el tumulto

de

las pasiones.

Las

almas mas santas y

ffi tlS

fervorosas no están exentas

de

esta

contrariedad

de

deseos. Esto es lo que hace decir

al

mismo Apóstol , que es una cosa muy sensible y doloro–

sa el estar sujetos

y

preci sados

á

esta contínua guer ra.

Q,uis me

liberabit

de

corpo-re

mortis hujus

~

i

Quién

me

li–

brará de

este cuerpo de

muerte~

Es

decir , de

esta

su-

Tom.

V.

O