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DE CUARESMA.

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El evangelio contierre ·

la

historia del hijo único de una

viuda de Naim, ciudad de Galilea, poco distante del mon–

t e Tabor.

El dia despues que Jesucristo curó al criado del Centu–

rion, se

fué

á

la pequeña ciudad de

N~im,

hácia los con–

fines de la baxa Galilea. Iban;en su seguimiento sqs disdpu–

los y otras muchas gentes a·traiidas de sus milagros

iy

sús

instrucciones, ordenántl.oló así Ja Providencia, para que la

maravilla que iba á hacer tuviese mayor número de tes–

tigos. A algunos pasos de la ciudad encontró un acompa–

ñamiento de gentes que llevaban

á

enterrar un mancebo,

hijo único de una viuda, que había muerto el dia antes. Los

lloros de una madre excesivamente afijgida por la pérdida

de un hijo, que era todo su consuelo

y

toda su esperanza,

enternecieron el corazon del Salvador, el que no pudo ver–

la llorar

y

suspirar sin moverse

á

compasion. No aguarda

el Salvador

á

que se le suplique: nuestros males excitan

siempre su compasion. ¡Cuántas veces previene nuestras

necesidades, nuestros deseos

y

nuestras súplicas! Acercán–

dose Jesus á aquella desconsolada madre, la dice que no

llore : se llega

d~spues

al atahud, pone sobre él su mano,

y

manda á los que le llevabaH que se detengan;

y

dice al muer–

to, como árbitro de la muerte y de la vida: Mancebo, le–

vántate, yo te lo mando.

¡

Cosa admirable! Oye el muer–

to esta voz omnipotente, y obedece: resucita, se incorpo–

ra , se sien ta en el féretro , recobra el habla , sale del a ta -

hud, y despues de haber dado gracias

á

su bienhechor, co–

rre á abrazar á su madre. Las lágrimas que el dolor hacia

correr de los ojos de la madre, se convierten al punto en

l ágr imas de gozo por un milagro no esperado, obrado por

un

ola p labra del Salvador, que la entrega su hijo vi–

vo

y

sano. Cuantos fueron testigos de este prodigio, que–

daron atónitos

y

penetrados de un santo terror, que les ha–

cia decir con profundos sentimientos de admiracion,

y

del mas vivo reconocimiento: Verdaderamen te tenemos

entre nosotros el mayor profeta que jamás ha habido: el

eño r se ba dignado visit r á u pueblo, enviándonos aquel

gran pr feta que no tenia prometido,

y

ha querido hacer

osten ion de su poder

á

nuestros ojos.

Tales on los p os que da el Señor para excitar, con–

vertir

y

r ucitar al pecador.

e acerca

á

él aunque está

Tom. 11.

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