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MIÉRCOLES

CUARTO

los ojo

á

esta luz viva,

y

endurece , su corazon contra

su

r

as fuertes impre iones. La segunda e el hábito con–

traído por e ta frecuente resisten ia, y e te es pr piamen–

te un estado de ceguedad

á

que el pecador se .ha i·educi-

' do por su crimiqal obstinacion. A fuerza de cerrar los

ojos

á

las luces de la gracia, hace que Dios permita que–

den cerrados , por decirlo así. ¡ Qué estado , Señor , mas

infeliz

y

mas espan to o! Se desespera de un enfermo cuan–

do se le ve en un letargo que le embarga el uso de rodos

los sentidos :

i

y

babrá.

mucha

es erapza

de

que se salve

un pecador sepultado en una ceguedad que lo

hac~

insefil"

sible? Todo pecador es ciego; porque, en fin , si ·se ·viese

la justicia y santidad del mandamiento que se quebranta,

la magestad y la bondad de Dios á quien se ofende, el ri–

gor del castigo que se merece, el colmo de de dichas en

que se preci pita el que peca,

y

la

eno~midad

del delito

que se comete, ciertamente no habrfa pecados ni, peca-,

dores; pero la pa ion ciega,

y

se sacrifica

á

la pasion la

obligacion , el reposo , los intereses y basta la misma

salvacion. Pero, á lo menos, esta ceguedad comun á to–

dos los pecadore es solo accidental, y así pasa

y.

se aca–

ba. Pero cuando úno es ciego 1por eleccion

y

de ,propó ito

cje liberado: cuando se cierran los ojos

á

la luz de -la grao:

cía ;

y

cuand9, por último, en castigo de una malicia tan

insigne dexa Dios al alma en aquella horrenda ceguedad

que élla se ha traido por u culpa,

i

quién lo estorbará el

que caiga en el precipicio

1

oe ~pl)es

de esto .,

i

debemos

eKt.rañar el, que aquellas terribles verdades qu..e han, hecho

tantos ilustres penitentes en todos los estados, que en .to–

dos tiempos han convertido á los- mas insignes pecadores

y

á las naciones ma bárbaras, el que aquellas verdades

tan poderosas , que hicieron ta ntos millones de mártires,

no muevani ni den golpe al pecador que yace en una pro ·

funda ceguedad? ¡Cuánto de estos desventurados ciegos

se han visto morir en· una insen ibfüdad espantosa!

¡Ah, Señor, vengan sobre mí todas las de dichas de

~a v.~da

ántes

qut;

esta espantosa ceguedad ! Cast,igadme

de todos modos, con tal que no tS!nga

yo

la desgracia de

vivir

y

morir ciego. Nada os CO$t©.el dar la vista al ciego

de

na~imiento;

curad mi cegued,ad. por vuestra ·miseri-

cordia.

, .. ,