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SÁBADO SEGUNDO
lo envió
á
su quinta
á
guardar puercos. se·
le
hada ' de–
masiado duro al Pródigo vivir baxo las leyes del mejor
de-
los
padres;
y
por haber abandonado
á
su padre, -se
.ve reducido
á
la mas vergonzosa serviqumbre. Semejante
á
ésta es la rigurosa esclavitud en que gime el pecador
'por haber sacudido el yugo de la divina ley: tiene tan–
tos amos cuantas son las pasiones que le dominan. ¡Pero
qué amos! Unos amos duros, inexorables, que exigen de
él unas acciones las mas viles
y
baxas: que no le dexan
descansar un punto: que le reducen
á
la miseria de de–
sear el alimento mas soéz. ¡Un hijo de casa reducido
á
alimentarse de los resíduos del alimento de los cerdos¡
Pecado-res, impíos, libertinos, disimulad cuanto quisiéreis
vue tro lastimoso estado, no es mejor que ésta vuestra
conClicion :
Cupiebat implere ventreni suum de siliquis: et
11emo illi dabat:
Se ·hubiera tenido por dichoso en har–
tarse de lo que comian los puercos; pero ni aun esto se le
daba.
De siliquis.
Algunos explican es_te alimento de puer–
c0s de las vaynillas de las habas
ú
de las algarrobas, que
solos estos viles animales pueden comer. La f:!Xtrema mi–
seria
á
que se ve reducido, le hace entrar en sí mismo:
In se re-versus.
Digámoslo mejor, la misericordia de Dios,
que le sigue en todos sus desbarros, tiene cuidado de de·
rrama r tan ta amargura en todos sus placeres, que le obli–
ga, en fin, á entrar en sí mismo. Dichoso todavía en no
sufocar esta lu.z de la gracia,
y
en no endurecerse con–
tra
esto~
piadosos movimientos. Comparando entonces lo
que perdió con lo que ha encontrado: cotejando la paz,
la suavidad y todas las ventajas que gustaba en la casa
de su padre; aquella vida cristiana, uniforme, devota,
con el estado espantoso de su humillante esclavitud, re–
conoce que la suerte, del mas ínfimo criado .de su padre
es infini tamente mejor
y
mas apreciable que la suya;
y
lleno de aquella confianza que inspira la gracia, se de–
termi na , en fin, á ir arrojarse entre sus
bra zos .16o nd
patreni .
Este es el primer paso del pecador que piensa en
a0overtirve. Un- rayo de esperanza, que viene
á
lucir en–
tre las tinieblas de sus desbarros, acaba, por decirlo así,
la obra de su co·nversion. Pintando
~n
su espíritu los ras–
gos de bondad que ha visto en su padre, aníma su con–
fianza; y aunque su padre es el único
á
quien ha ofen-