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DE CUARESMA.

mo, que llamaba ordinariamente el reyno de Dios, dis–

poniéndolos así para la gran fiesta de Pascua, que estaba

ya próxíma. Era ya tarde,

y

el sol empezaba á baxar: por

este motivo los apóstoles le rogaron que despachara

á

to–

do el pueblo. Acababa de curar

á

todos los enfermos que

se le habian presentado, y era ya tiempo que ei pueblo

se retirase á las poblaciones vecinas para buscar alojamien.

to y tomar algun alimento; porque la mayor parte estaban

aún en ayunas. Pero el Salvador pensaba todavía mas en

sus necesidades que éllos mismos. Por lo que encarándose

á

uno de los doce, llamado Felipe, le dixo:

i

De dónde

comprarémos pan para que coman éstos? Esto lo decí a

para probarlo, dice el Evangelista, porque sabia 1huy bien

lo que debia hacer. Felipe le respondió, que aunque tuvie–

ran doscientos denarios no bastarían para comprar un

bocado de pan para cada uno ( Los doscientos denarios

hacen ochocientos reales de nuestra moneda). Otro de sus

apóstoles, llamado Andres, hermano de Simon, al oir es–

to, le dixo: Señor, aquí hay un mozo que tiene cinco pa–

nes de cebada, y dos peces.

i

pero qué es esto, añadió, pa–

ra tanta gente? En efecto, habia allí cerca de cinco mil

hombres, sin contar mugeres

y

niños. iPero faltajamásna–

da cuando se está al cuidado de la divina providencia? Ha–

ced sentar al pueblo sobre el heno, dixo Jesus á sus discí–

pulos,

y

no os dé pena por nada. Luego, tomando aquel

poco de pan y los dos peces, levantando los ojos al cielo,

y

dando gracias

á

su Padre, de quien habia; recibido el

po~

der de obrar toda suerte de milagros, los bendixo; y ha–

biendo partido los panes, y div.idido los dos peces, se mul–

tiplicaron de tal suerte los pedazos entre sus manos, que los

discípulos, á quienes los distribuía, tuvieron para repartir

abundántemente á todo el pueblo. Todos quedaron sati sfe–

chos de comida, y quedó des pues de todo para llenar do"!

ce grandes canastas. Los discípulos juntaron estas precio–

sas sob ras por órden del mismo Jesucristo , que no que–

ría se desperdiciase nada,

y

que deseaba se conservara

entre éllos la memoria de un tran grande milagro: en

e-–

ñándonos con esto, que todo lo que viene .de Dios es

pre–

cioso,

y

que la memoria de los favores del cielo es de la

mayor consecuencia. Se ve aquí, como t ambien en muchas

partes del evangelio, el cuidado del Sa

1

vador en persua-

p

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