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Il6

DOMINGO TERCERO

ra con im piedad

y

hace mofa de la religion,

y

no tie–

ne bastame ingenio para conocer que por lo mismo da

á

entender que es un necio. En efecto, ¿hubo jamás ne–

cedad mas insigne que la de hacer chanza de una cosa

t an seria como la religion? ¡Pero qué indignacion no de–

be causar el oir

á

esta gente ociosa, la mayor parte ca–

si

sin religion, en quienes la disolucion .J:ia embrutecido

el

espíritu, debilitado la razon ,

y

cor rrompido el sentido

comu n , hacer chacota de las verdades mas terr ibles,

y

hablar como pudiera un pagano de nuestros mas t remen–

dos mi sterios ! ¡qué indign id ad oir

á

unas mugerzuelas,

de un talento el mas limitado,

y

que no tienen de gran–

de otra cosa que un fondo inagotable de presuncion

y

de

desenvoltu ra , disput ar sobre la gracia, decidir con des–

caro puntos de reli gion, desechar con insolencia las mas

de las decisiones de la Iglesia! ¿Qué hubiera dicho el Após–

tol de esta extravagan te debilidad, de esta especie de

fa–

natismo, si hubiera visto en los fieles de su tiempo la

misma .licencia , la misma irreligion en las palabras que

se ve en lo cristi anos de nuestro siglo?

S t ultiloquium.

Razonamientos fuera de propósito., conversaciones mise–

rables

y

sin substancia, donde todo lleva un carácter de

irreligion

y

de necedad. En efecto, ¿qué cosa mas extra–

vagante que sujetar

á

unas voces tan limitadas

y

tan

débiles como las del espíritu humano, que no es capaz

de comprender la naturaleza de una hormiga ,

ni

de

la hoja de un árbol, los mas impenetrables abismos de la

divinidad' los mas obscuros misterios de nuec·tra re1igion,

los adorables secretos de la gracia y de la predestinacion,

y

todo lo que las celestes inteligencias se contentan con

adorar sin

compren derlo~

E sta licencia desenfrenada de

los particulares,

y

aun de los legos, en querer hacerse

como jueces en puntos de fe,

y

doctores supremos en

materia de religion, ha dado

principio,

ha abierto lá puer–

ta á todas las heregías,

y

las mantiene

y

conserva. El

espíritu particular ha sido en todos tiempos el carácter

de los here.ges : lisonjea demasiado la vanidad del sexo

frá–

gil

y

de los espíritus populares pa•ra no empeñarlos obs–

tinadamente en un partido que los hace jueces en mate–

ria de religion , los eleva sobre los mas grandes doctores

de la Iglesia. Ved aquí lo que engrosa todas las sectas,