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7B

DOMINGO ENTRE NAVIDAD

á

nuestra eleccion el que le pidiéramos pruebas 'de su

amor

y

de

Ja

voluntad que tiene de salvarnos, ;,hubiéra–

mos jamas osado, nos hubiera venido jamas al pensamien–

to pedirle que se hiciese hombre por nuestro amor, que

naciera en el e tad m1s pobre

y

mas de preciable , que

p adeciera lo que padeció, que se hartara de oprobios; en

fin , que este Dios hombre muriera en una cruz por redi·

miraos? Y despues de esto,

i

habrá algun espíricu tan ex–

travagante, que imagine que este Dios ha querido excluir

del beneficio de la redencion á un solo hombre?

i

habrá

un genio tan maligno que se atreva á dudar de la sinceri–

dad de la voluntad que tiene Dios de salvará los hombres?

i

qué idea se formaría de la bondad,

y

aun de la justicia

de nuestr9 Dios

si

exhortara de una manera tan viva, tan

patética, tan fuerre

á

convertirse unos hop1bres,

á

quie–

nes sabia muy bien haber reprobado por foda la eterni–

dad? ¡Qué justicia la de con enar al fu ego eterno por no

haber guardado sus mandamientos

á

unas gentes á quie–

nes ....

~_ ha

querido dar gracias verdaderamente suficientes!

Qué éoñdenado no tendria derecho para quejarse,

y

de–

cir

á

Dios por toda la eternidad : Es verdad, Señor, que

los delitos que he cometido merecen los suplicios

á

que

me habeis condenado;

i

pero podia yo evitar estos delitos

sin la gracia que me quisísteis negar, cuando la dábais

á

gentes que no valian mas que yo, y que no la habian me–

recido mas? Si me hubiéra is dado los mismos socorros,

las misn\as gracias, yo hubiera tenido la misma fidelidad.

No os plugo morir por mí;

i

cómo, pues, podia

yo

salir

de la esclavitud no pagando nadie mi rescate? Si vos no

bµbiérais muerto por Judas,

i

podia él ser tan fiel y tan

penitente como san Pedro?

A

mí me ha faltado la con–

fianza en vuestra misericordia, es verdad;

i

pero cómo

podia yo tenerla , no sabiendo si vos habíais muerto por

mí; y aun dudando,

y

con razon, si vos me habíaic; borra·

do del libro de los vivientes, y me habíais querido dexar

por toda la eternidad en la mesa de los réprobos? Yo te–

nia la gracia de orar, de pedir, es verdad;

i

pero de qué me

servia esta gracia,

y

qué esperanza, qué confianza podia

yo tener en vuestra misericordia., si me habíai. reprobado

para siempre? Considera la impiedad, la malign idad, las

espantosas consecuencias de un dogma tan pernicioso, de