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DESPUES DE
LA EPIFANÍA.
ros
menta
y
se·engruesa á sus ojos: y realza la idea que Úe–
ne de sí. De aquí nacen esa diversidad de sentimientos e–
sss divisiones entre la Iglesia y el Estado; de aquí esas en–
vidias , esos celos y otras cien pasiones que despedazan el
corazon, y causan tantos disturbios. No hallarémos nuestro
reposo en otra parte que en la humildad. La paz solo rey–
na en las. almas humildes. Para concordar en los dictáme–
nes, es preciso ceder muchas veces á las luces de los ótros;
y esto es lo que no debe esperarse de los que son sabios
á
sus propios ojos. Ninguna cosa da
á
conocer mejor la su–
blime perfeccion de la ley cristiana, que la obligacion que.
nos impone de volver bien por mal: entónces merecemos
una duplicada corona; ya por el mal que sufrimos con pa-
/
ciencia, ya por el bien que la caridad nos hace volver por
el mal que
no~an
hecho. Diximos que/ no había vengan–
za mas heróicT,"aun segun el
mun~q.¡íe
aquella que ator–
menta á la envidia á fuerza de beneficios: se puede decir
tambien que no hay heroismo mas real que hacer bien
á.
los que nos hacen mal, segun nos enseña el espíritu
de~
ris–
tianismo. La venganza tiene alguna cosa, ó si n
ho
de baxeza
~
es una pasion comun al hombre
y
á
los anima–
les mas feroces. No hay cosa mas grande que perdonar las
injurias; pero tampoco hay virtud alguna que no seme-
,
je mas
á
Dios, que no hacer sino bien
á
los que nos abo–
rrecen y nos hacen mal. Obrad, dice el Apóstol, de modo
que vuestras acciones sean buenas, no solo delante. de
Dio , sino tambien delante de los hombres. La ;faridad
que nos obliga á edificar al próximo con nuestras buenas
obras, no es contraria á la humildad que nos enseña á ocul–
tar nuestras virtudes. La humildad en este caso consiste,
no en evitar lo que nos concilia la honra, sino en no bus–
carla. No s.iempre está en nuestra mano el mantener la paz
con todos los hombres; pero á lo ménos debemos poner
todo cuidado en no hacer cosa que pueda dar principio,
ó
fomentar la division
y
la discordia. Habiendo de vivir con
personas que ti.enen cada una su humor y sus pasiones
7
tan
vivas y t an fáciles de irritarse, considerémonos como que
estamos rodeados de enemigos dormidos,
j,
lqs que no po–
demos despertar sin un gran r'iesgo nuestro. A mí, dice el '
Señor,
á
mí me toca la venganza. ¿,Quien despues de es-
to osará tomarse la venganza por sí mis'nio
~·
iNo sería es-