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DESPUES

DE '

LA EPIFANÍA.

99

mérito el de esta vict oria! Somos vencido·s del mal

cuan~

do no ten iendo fue rzas pa ra soportar las injurias de un

enemigo , pasamos á cargale de ultrages; lo cual no

es

otra cosa que cae r nosotros respecto de él en el mismo

pecado en que él ha ca ido respecto de nosotros. Vencer el

mal con el bien, es el efecto mas glorioso de la magna–

nimidad cristiana, es la prueba mas auténtica de una vir–

tud heróica.

E l evangelio_ de este dia contiene la historia de la cura.: ·

cion de l Leproso,

y

la: del

sien~o

del Centurion, referidas por

san Mateo capí t ulo 8. Habiendo llamado Jesµs á san Pe–

dro, san Andres , Santiago

y

san Juan para que le siguie–

r an, recor rió con él1os muchas ciudades, villas

y

lugares,

enseñando

y

haciendo milagros en todas partes. Habiéndo–

se retirado un

c1jj

á

un mont,é muy alto, fué luego segui–

do de una multwrid gránde__cl"el pueblb,

á

quienes traía en .

pós de sí con sus milagros,

y

que no

s~

cansaban jamas

de oirl e. En esta ocasion pi·edicó aquel gran sermon, que

se puede considerar como el compendio de toda la do

i–

na del Salvador,

y

de toda la morál del evangeli .

a–

biendo baxado de este monte, vino un leproso á presen–

társele: daba horror el ver á este pobre enfermo; estaba

todo cubierto de úlceras ó manchas fétidas,

á

manera de

escamas de pescado, extendidas por todo el cuerpo, y to·

do él no era mas que una sola úlcera. Estaba tan horro–

roso, que nó osaba ponerse delante de nadie;

y

así se pos–

tró á los pies del Salvador con los ojos

y

el rostro el) tierra,

le adoró humildemente, le abrazó las rodillas animado

de una fe viva;

y

lleno de una firme confianza, Señor, le

dixo, yo sé que nada es imposible para vos: estoy seguro

de que si vos quereis, me podeis curar de mi lepra; misa–

lud está en.vuestras manos. Vos sois infinitamente miseri–

cordioso: vos veis mi mal,

y

esto basta. Aún no babia aca–

bado de hablar ·cuando Jesucristo alargó la mano, le to–

có,

y

le dexó mas limpio

y

mas sano que jamas había es-.

tado,

y

esto sin decir otra cosa sino: Yo quiero, queda sa–

no,

y

límpiate

d~

tu lepra. Mas como este dueño

y

maes–

tro soberano, que igualmente remedia las enfermedades

del alma que las del cuerpo, nos queria enseñar la humil–

dad, segun advierte san Ambrosio, prohibe al leproso que

publique el milagro de su curacion;

y

acompaña la prohi-

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