,
14.¡,
DOMIN~O
DEClMO
de haberlo sido de envidia, por las enfermedades;
y
mu–
chas
veces
tambien por
las fl aquezas
de
una vejez
anti–
cipada
i
viven largo tiempo.
¡
Quantos de esos grandes
hombres se h an vis to vol verse niños
aun
4ntes de ser decré–
pi tos ! Parece que Dios gu ta convencernos por esos e . em–
plos tan freqiientes de lo mal que- hacemos en envane–
cernos de una ciencia que se apaga, que se de.
vanece
por
la
descomposicion ,de
una fibra;
y
sin
embargo, ved
aquí
lo que
hace
tan .fieros
a
esos grandes genios ' que jamas
saben eonocerse por tan pequeños· como son. La envidia
de
los
talen tos es la mas delicada,
la
mas
ciega,
y
qui–
zá la ma dificil
de
curar: ninguna cosa ensoberbece
ta n–
to;
y
sin
embargo, nada
debiera hum_illarnos tanto como
esta enfermedad casi incurable.¡ Ridícula van ..,.ad
de{~
.Jm–
bre,
r o
humillarse al
ver
que no era sino polvo
y
cen i–
za ,
que
ha si
o formado
de
un poco de barro! ¡Que mayor
locura
que
el que
este barro,
que
debe quanto es
a
la
mano omnipotente que le ha fabricado, se gloríe de las
vent ajas que ha recibido de ella,
y
muchas veces quiera
robarle
toda
la gloria! Lo que nos da
opinion
y
fama,
lo
que
nos
dist ingue de los demas todo es un
pu ro
don
de Dios;
y
el resplandor de los dones de
Dios,
solo de–
be servirnos para hacer resaltar mas nuestras sombras.
Es verdad que el orgullo es siempre
señal de
un
espíri–
tu
apocado.
La
almas grandes , las personas de mas
dis–
tinguido
mérito son por lo comun mas humildes: solo esos
espí ritus de cortos alcan zes están llenos de una fal sa es-
/t~ macion
de sí mismos. E l orguUo humilla
a
qualquiera
que
tiene bastantes luces para conocer su presuncion
y
su
vani~ad.
El evangelio e.r del capítulo
18
de San Lúe"·
In
illo témpore: Dix it Je.rus
ad quosdam , qui
in
se confi–
aéúant tamquam j usti'
8
as–
p ernabántur céteros paráúolam
i.rtam
:
duo hómines ascendé–
runt in
témplu.m ut
orárent :
unus
pharis<l!!us
,
8
eílter
pu–
blidmu.
PharisceuJ
st{ms ,
hrttc
~pud
se
orfJ.bat:
De~s·
g_rát ias
ago
En
aquel ti mpo: D ixo Jesus
a,
algunos q1, e confiaba n en sí mis–
mos
y despreciaban
a
los ci erna¡,
esta parábola : dos hombres
fué–
ron al templo a orar, el uno
fa
ri–
seo ,
y
el ot ro publica no: el
fari–
seo , pr sentándose, decía pa ra
si
estas cosas :
o
Dios , te doy gra
cías porque no soy
como los de-
m•