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eo el capítulo 19 de San

~Jateo,

en el 1O de San Marcos y en

el 18 de Sau Lucas:

Si quieres ser perfecto, vé, vende ciwnto tienes,

y

dalo á los pobres,

y

tendrás un tesoro en el cielo,

y

ven, sígueme¡

que en tiempo de tos apóstoles despues de la resulTeécion de

Jesucristo, todos los bienes eran comunes: que posteriormente

aprobó la Iglesia varios institbtos monásticos, con Ja obligaciou

de guardar rigorosamente ese voto; y que en ellos fl orecieron

muchos sautos

y

santas, que edificarou al mundo con la fiel ob–

servancia de esta virtud évangélica. Por lo cual, <muque de–

saten sus maldicientes lenguas muchos miserables, y aunque

empapen de sa ngre sus plumas algunos escritores de este mal–

hadado y tenebroso siglo, para desacreditar la pobreza voluu–

taria; siempre ha de haber en la Iglesia eatólica quienes hagan

á Dios sagrado holocausto de cuanto posean

y

tenga n esperanza

de poseer. Pues, como esta Madre comuu de los fiel es es san–

ta, porque su cabeza es Jesucristo, santo por eseucia,

y

porque

recibió de él mismo la doctrina coutenida en el cvaugclio; ha

de tener hasta la consumacion

d~

los siglos, un peque1ío reba–

ño compuesto de hijos fervorosos

y

perfectos que, con el pode–

roso auxilio de 1a gracia, imiten la pobreza de su divino mode–

lo, bien sea en los claustros, bien en los desiertos, ó bien en el

retiro de sus casas, como le imitaron de estos diversos modos

muchísimas personas de uno y otro sexo, y de toda clase y dig–

nidad, antes que se fundasen religiones monásticas, y se cons–

truyesen espaciosos conventos entre populosas sociedades.

Uno de estos pobres voluntarios fue siu duda el bienaven–

turado fray Martín. Amó la pobreza desde sus tiernos años; ·

hizo voto de ella en la religion,

y

jamás dejó de amarla hasta

el último instante de su vida. Se ha dicho que en su primera

edad , luego que tuvo uso de razon, se privaba de lo que lícita–

mente podía usar; en cuyo desapropio, no solo se descubria su

caridad hácia los indigentes, y un anticiP..ado espíritu de mor–

tificacion, sino tambieu su amor

á

la pobreza. Este se hizo mas

notorio, cuando siendo adulto,

y

ganando en su oficio, se abs–

tenia aun de lo necesario,

d~stribuyendo

cuanto ganaba entre

los pobres, para asemejarse

á

ellos. Per0 en la relígion creció

hasta el extrei¡10 su amor

á

esa virtud. Habie11do renunciado

efectivamente, con pleua voluntad

y

para siempre, las esperan–

zas11isoujeras del siglo, se hizo pobre en lo material, así como lo

era en el espirito. Tenia por celda la roperia de los ent'crmos,

doude no babia mueble ninguno que le perteneciese: su hábito

ern de éordellate,

y

la túnica interior de jerga gruesa y tosca:

jamás tuvo dos hábitos, ni dos túnicas, ni se despojaba de nin–

guna, hasta que, por raída la anterior, no podia conservarse en

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