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.. .

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. otro esposo. Y, posteriormente, muchas personas de uno

y

otro

sexo, que han sido probadas de ese modo, han tolerado c?u

invicta fortaleza un prolongado martirio, por conservar su vir-

ginidad.

.

De este uúmero fue sin duda el bienaventurado Porres. Así

Jo declararon los confesores que examinaron su conciencia: as¡

lo afirmaron jurídicamente varios testigos que observaron su

conducta en el siglo,

y

en la religion; y así lo probaban, tam–

bien, su ejemplar modestia, su constante devocion, su afectuo–

sísimo amor á la Santísima Virgen, el sumo horror que tenia

al pecado,

y

sus pasmosas mortificaciones, por lo que nadie

dudaba de su virginal pureza. Los co·mprobantes dichos sirven

para el esclarecimiento de·esta materia tan dificil, segun ase–

gura el señor Benedicto XIV en el tevcer tomo, capítulo 25, de

·su grande obra acere¡¡ de la beatificacion

y.

canonizaci'on de los

santos; y en virtud de ellos, habiéndose discutido

e~te

i:iunto

en el capítulo general de la órden dominicana, celebrado en

Roma el año 1656, se declaró solemnemente que fray Martín

de Porres babia cotiservado, hasta la muerte, la pureza virginal

de su alma y cuerpo.

Si se hubiera trasmitido hasta nosotros una relacion exacta

de sn espíritu, y de todos los sucesos de su vida, expondríamos

los combates que sostuvo para reprimir la rebelion de su carne;

)as ocasiones que le proporcionó el demonio para que se mar–

chitase la flor de su pureza, y los medios coµ que consiguió

quedar siempre victorioso. Del mismo modo sabríamos, con

certeza, cuánto tiempo tuvo que luchar con tan obstinados

enemigos; y si por haber triunfado e.u algun combate mas fuer–

te que los an'teriores, le hizo Dios la merced de que se ense–

ñorease hasta la muerte sobre todas sus pasiones. Es muy pro–

bable que todo esto acaeciese. A lo menos, cuando· estuvo

adornado con los dotes gloriosos, de que se hablará mas adelau–

t e; cuando era visitado de los ángeles, y cuando todo lo que

se veia en él acred itaba su íntima union con Dios, no puede

dudarse de que gozaba de una paz inalterabie por el someti–

miento de su parte inferiorá la·superior, y de que recibía des–

de esta vida el premio de su virginidad. Justo es, por lo tanto,

que nosotros celebremos su castidad virginal, con estas pala–

bras de San Atanasio, contenidas en su libro de la Virginidad:

•¡Oh virginidad, opulencia indeficiente, corona inmarcesible,

•\emplo de Dios, morada del Espíritu Santo, .margarit<\ precio–

..sa, destructora de la muerte

y

del infierno, vida de los án–

geles, corona de los santos!"

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