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primer sacerdote que encontraba, y le pedía humildemente su
beudicion. Era tanta su mansedumbre, que jamás se alteraba,
aunque algu,nos le menospreciasen con palabras groseras
é
in–
juriosas, jnzgaudo siempre lo mejor de cuantos Le ofendían, y
culpúadose solo
á
sí mismo. l' ué tambien muy notable su ''er–
dad y sencillez en cuanto hablaba y decía;
y
Je horrorizaba tan–
to
la
mentira , que reprendía á los niiios y sirvientes, cuau'do
fa\
taba u
á
Ja verdad; mere!Iendo por eso, que todos diesen cré–
dito á Jo que afirmaba, 'aunque pareciese contrario al juicio que
naturalmente habían formado ellos mismos.
.AUTTCULO UI.
Su FORTALEZA.- La fortaleza cristiana·consiste en una firme–
za del alma para emprenderá gloria de Dios aun las cosas mas
árdnas, tolerar las mas tormentosas, y repeler con valor y cons–
tancia las que son contrarias á los preceptos y consejos de la
ley divina. 1
1
ray Martín dió hasta su muerte repetidas pruebas
de su heróica fortaleza. No es pequeña heroicidad haber cum–
plido, tan perfectamente cuanto ordenan las constituciones de
su religion, que nadie le notó jamás Ja mas leve falta en su ob–
servancia. No prueban menos lo que sobresalió en esa virtud,
las obras de supererogacion; á saber: su caridad con todo géne–
ro de necesitados, y sus c.-.:traordinarias mortificaciones de que
se tratará despues.
Sobl'e todo, pasma su admirable fortaleza, en la tranquilidad
conque sufría ágrias é injustas reprensiones de sus prelados yde
los religiosos sanos y e11fennos, de lo cual apunté algo en el pa–
rágrafo de la -justicia, y referiré con alguna extension en el ca–
pítulo de la humildad. Pero, perteneciendo principalmente al
don de fortal eza, la constancia con que toleró terribles tormen–
tos del demonio, y la victoria que siempre reportó en los duros
combates con ese enemigo comun, hasta dominarle
y
someter–
le
á
sus mandatos, diré sobre esta materia lo que consta del
sumario.
Ha_biendo permitido Dios al demonio que ejercitase
á
fray
:\Iartrn, como le díó el mismo permiso para con muchos saetas;
molestó por algunos años al siervo de Dios, atormentando su
cuerpo con violentos golpes,
y
afligiendo su espíritu con visio–
nes
!1or~·i~les,.
sin duda para inclinarle al vicio y retraerle de
los e1erc1c1os piadosos, hasta que, colmado de méritos por conti–
nuadas
y
vigorosas resistencias
á
las sugestiones diabólicas, se le
concedió dominar
á
los espíritus malignos, lo que comprueban
dos casos autéJJticos.