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y
esta, el de los demas.'.En l\na
y
otra sobresalió fray l\Iartin.
Se demuestra su hero1c1dad en Ja primera, porque adornado
desde sus primeros años con Jos don es del Espiritu Santo, tenia
fija su mente en·Dios,
y
practicaba
á
honra suya,todas sns
1
obras.
Y
como la prudencia que solo t iene
á
Dios por blan co de to- ·
das sus acciones, es virtud propia de los bienaventurados
y
de
¡1lo-unas almas muy perfec tas en esta vida, segun enseña santo
T;mas, en la
J. •
y
2,•
cuestion
6 1,
no puede dndarse deque fné
una de estas la de fray i\Iartin. De lo que se deduce que, tlon•
sistiendo la heroicidad de la prudencia, no solo en la conside–
racion de los medios a.propiados para el fin sobrenatural que s'e
propone, sino tambien en la aplicacion oportuna de cada uno,
se conoce su heroicidad en.esta virtud, por el heróico ejercicio
de todas las <lemas.
Por lo tanto, ¡cuán sublime no seria la prudencia de este
siervo de Dios, que desde su tierna edad procuró tener
á
raya
sus sentidos, evitar asociaciones peíigrosas,
é
implorar el auxi–
lio divino en la oracion. ¿Quién sino Dios, ilustrando su espirí–
tu , é inflamando su corazon, pudo inspirarle desde entonces
profundo conocimiento de la humana flaqueza,
y
necesidad de
ser socorrido
á
cada instante por Ja gracia? Esa misma divina
luz le hizo abandonar el mundo,
y
abrazár el estado mas pe1·–
fecto ; y ella no le faltó jamás, pues cumplió sautamente los de–
beres que contrajo en la religion. Pero, como aun las almas mas
iluminadas están expuestas
á
errar, ó por ilusion de Satanás, ó
por vana confianza de sí mismas, ó por precipitacion en sus jui–
cios
y
deliberaciones; para prevenii· estos riesgos,
y
acrecentar
el mérito de sus obras, practicó todas poi· obediencia,
y
no hi–
zo ninguna sin el ·dictámen de sus confesores,
y
de otros sac!ft'–
dotes sábios
y
piadosos. ¿Qué prudencia no le notarían estos en
el tFato con los religiosos sanos
y
eufermos; qué pureza de in–
t encion; qu é amortiguamiento de pasiones, y qué dominio so–
bre todas ellas, pues le permitian salir de su retiro para practi–
car tantos ejercicios públicos de caridad'? Todo esto,
y
cuanto se
observó en la vida de este admirable varon , comprueba haber si–
do adoruado de aquella altísima prudencia que no conoce el
mnndo,
y
que Dios concede á sus mas favorecidos.
_
No
fué
menos extraordinaria la que ejercitó con respecto
á
los
~emas.
Ya se há dicho el celo que tenia por calmar las di–
sens~ones domésti~as
y clanstrales, y la facilidad con que lo con–
segma sn prudencia. Pero esta se confirma aun mucho mas, por
el don de consejo eón que resolvía las dudas en los casos mas
árduos,
y
por el éxito favorable de todas sus determinaciones.
Tan notorios
y
acertados eran sus dictámenes, que iban á su