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los religiosos ú que el agua le perjudicaba, como se creia en ese

tiem po, ya que era tan grande su sed que, segun se expresaba,

b eberia no solo el agua de la pil a, ó pozo, sino t ambien la de

un

albaii~l ,

ó cloaca, lo encerraron en una celda , para evitar

el que bebiese. En estas circunstancias, hallúudose una noc he

mu)' afligido y fatiga do, vió de repente entre su celda,

á

la una

de la mañana, al siervo de Dios frav Martin, con un vaso de la–

ta viejo, lleno de carbones encendidos, una camisa

ba.io

del bra–

zo, y ramas de romero en la manga . l\cercóse al Jecho, levan–

t ó al enferm ¡:¡, y sentándolo en un banquito, lo cub rió con la

frazada", y calentó con el romero sacándolo de la manga, y po–

niéndolo sobre las brnsas. Atónito el religioso, preguntó

á

fray

Ma rtin , cómo y po r dónde había entrado, siendo medir. noche,

y

estando cerradas, así las puertas del noviciado, como la de su

celd a.

rn

siervo de Dios le contestó; "¿qui én te mete en querer

saber eso?"

y

dándole un bofetoocito suave, le dijo: «no seas tau

bachiller, ni tan vivo.• Volteó lu ego el colchon,

y

despues de

haberl o secado, hizo de nuevo la ca ma , puso en ella al enfer–

mo, le enjugó el sudor, quitóle la camisa sucia,

y

le puso otra

limpia caliente, sa humáudola con romero. Preguntóle el enfe r–

mo, si moriría de esa enferrueda fl . Respondióle el siervo de

Dios: «Muchacho, ¿tú quieres morii·?,, Co ntestóle: No. ·Pues no

morirás,., le dijo fray Martin,

y

desapareció. Quedó el enfermo

consolado,

y

co n tanto alivio que durmió toda la noche, lo qne

no había conseguido en <los meses: fa ltó In fiebre,

y

desapare–

ciero n todos los sí ntomas, de modo que

ú

los cuatro días se le–

vanto bueno, aunque débil y finco. Visitóle el maestro de no–

vicios fray Andres Lizon, )' p1·eguu tóle cómo se sentía. Enton–

~es

le dijo el novicio: "Padre maestro, ¿se han rezado maiti–

nes

á

pri ma, ó á media noche? .. Contestófo el maestro: "á prima

por ser tiempo en que lo permite la constitucion"' Díjole el no–

vicio: n¿quicn tiene las llaves i!e la primera )'segunda puerta?»

Díjole el maestro: •yo, y las pongo debajo de mi almohada. ¿Por–

qué me preguntas eso, hijo mio?" Hefirióle entonces todo lo

ocurrido,

y

en prueba de ello, le mo tró la camisa, en cuya

manga estaba la marca con que se disling:uian las pertenecien–

tes

ú

la enfermería. Xo me toma de nuevo, le dijo el maestro

de nov icios, porq1Je esto sa be hacer ese mulato, cuando quie–

re )' conviene. Hace poco tiempo qn e hizo lo mismo cou otros

religio os: él es un santo

y

ama

a

sus hermanos co'mo si fueran

us hijos.

Entró inmediatame nte el médico citado, é instru ido del SU•

ce

O,

despueS de haber examiuado al novicio,

CXCidnJÓ

diciendo:

~sta

curncion es milagrosa: no pue¡le ser obra de bombres, si-