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socorria fray i\Iartin
á
estos miserables, alimentandolos y vis–
tiéndolos, mien tras lograban empleo , ó se acomodaban en algu–
na casa donde
m~jorar
de suerte. Uno de estos advenedizos
llamado Juan Perez, natural de Estremadura, y de catorce afias
de' edad, acompañó al siervo de Dios por mucho tiei;npo,
y
de
él se servia para env iar diariamente sus limosnas
á
las pobres
vergonzantes.
En dos ocasio nes se quitó !a capa para cubrirá dos miserabl es;
en otra, pasando sin dinero por la reja que tenían anteriormente
las cárceles, empeüó su sombrero en dos reales,
y
compró·pan
para darl o á los enca rcelad os que le pidieron limosn a. En una
palabra, fray l\forti n era el limos nero de todos los necesitados,
por ló cual le llamaban padre de los pobres;
y
Dios premió su
grand e caridad, revelándole muchas veces la oculta indigencia
de algunos rnise rab!es. .
Estando preso, en el presid io del Callao, un soldado cargado
de familia
y
en suina miseria , le ll evaba fray l\1a rtin dos rea–
les todas las mali auas, sin fa ltar ninguna e n su convento, lo que
se.averiguó con bastante escrupul osidad.
Varias veces vistió con sn propia ropa
ú
los desn udos ,
y
les
tlió la grosera manta con que se cubria en sus enfermedades;
y
cuando absolutamente no tenia con qué socorrer á los indi–
gentes, se disciplinaba
á
fin de_quc Dios le proveyese con que
auxiliarlos.
Se halfoba tan necesitada una viuda con su hija, que carecian
del preciso sustento, y- ni salian de su casa por falta de ropa con
qué cubrirse, ni pcidian por
~u.
cali dad
y
circunstancias, mani–
festará nadie su miseria. Reveló Dios tan urgente necesidad
á
su siervo,
y
acopiando este basta nte dinero, las consoló con
crecida limosna.
Angustiada ciel'ta señora pobre,
á
quien socorria fray Martín,
porque, necesitando
COA
precision seis pesos, ni tenia
á
q.uién
pedirlos, ni cómo ocm;rir en su conflicto al siervo de Dios, con–
fiada en su extraord inaria piedad, le clamó en estos términos:
Hermano
fray
Marlin, lu socorro me (alta,
y
no puedo participarte
la gramrf.e afliccion en que me hallo.
l~epitió
sus clamores por el
espacio de una hora, poco mas ó menos;
y
cumplido este tiem–
po, se le prese ntó el siervo de Dies, quien , poniendo en sus ma–
nos los seis pesos que necesitaba, la dijo que no se afligiese,
porque Dios conocia las necesidades de sus pobres,
y
las reme–
dtuba cuando les convenia. Admirada la señora de un suceso
tan prodigioso, lo publicó muchas veces, para que Dios fu ese
alabado,
y
se conociese la santidad de su siervo.
Se le reveló tambien en una ocasion, la mucha necesidad en