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- &2-

socorria fray i\Iartin

á

estos miserables, alimentandolos y vis–

tiéndolos, mien tras lograban empleo , ó se acomodaban en algu–

na casa donde

m~jorar

de suerte. Uno de estos advenedizos

llamado Juan Perez, natural de Estremadura, y de catorce afias

de' edad, acompañó al siervo de Dios por mucho tiei;npo,

y

de

él se servia para env iar diariamente sus limosnas

á

las pobres

vergonzantes.

En dos ocasio nes se quitó !a capa para cubrirá dos miserabl es;

en otra, pasando sin dinero por la reja que tenían anteriormente

las cárceles, empeüó su sombrero en dos reales,

y

compró·pan

para darl o á los enca rcelad os que le pidieron limosn a. En una

palabra, fray l\forti n era el limos nero de todos los necesitados,

por ló cual le llamaban padre de los pobres;

y

Dios premió su

grand e caridad, revelándole muchas veces la oculta indigencia

de algunos rnise rab!es. .

Estando preso, en el presid io del Callao, un soldado cargado

de familia

y

en suina miseria , le ll evaba fray l\1a rtin dos rea–

les todas las mali auas, sin fa ltar ninguna e n su convento, lo que

se.averiguó con bastante escrupul osidad.

Varias veces vistió con sn propia ropa

ú

los desn udos ,

y

les

tlió la grosera manta con que se cubria en sus enfermedades;

y

cuando absolutamente no tenia con qué socorrer á los indi–

gentes, se disciplinaba

á

fin de_quc Dios le proveyese con que

auxiliarlos.

Se halfoba tan necesitada una viuda con su hija, que carecian

del preciso sustento, y- ni salian de su casa por falta de ropa con

qué cubrirse, ni pcidian por

~u.

cali dad

y

circunstancias, mani–

festará nadie su miseria. Reveló Dios tan urgente necesidad

á

su siervo,

y

acopiando este basta nte dinero, las consoló con

crecida limosna.

Angustiada ciel'ta señora pobre,

á

quien socorria fray Martín,

porque, necesitando

COA

precision seis pesos, ni tenia

á

q.uién

pedirlos, ni cómo ocm;rir en su conflicto al siervo de Dios, con–

fiada en su extraord inaria piedad, le clamó en estos términos:

Hermano

fray

Marlin, lu socorro me (alta,

y

no puedo participarte

la gramrf.e afliccion en que me hallo.

l~epitió

sus clamores por el

espacio de una hora, poco mas ó menos;

y

cumplido este tiem–

po, se le prese ntó el siervo de Dies, quien , poniendo en sus ma–

nos los seis pesos que necesitaba, la dijo que no se afligiese,

porque Dios conocia las necesidades de sus pobres,

y

las reme–

dtuba cuando les convenia. Admirada la señora de un suceso

tan prodigioso, lo publicó muchas veces, para que Dios fu ese

alabado,

y

se conociese la santidad de su siervo.

Se le reveló tambien en una ocasion, la mucha necesidad en