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- 44 .--

Y.

las personas piadosa.s, habiénaose perdido sus

~ondos

im–

puestos en el Estado,desde nuestra revolucion política, así co–

mo se han perdido en esta capital los principales impuestos de

todas las religiones.

Se me

dispensa.rá

este episodio, por el santo fin

á

que se di·

rige. Ojalá el recuerdo de esa admirable y milagrosa funda–

cion, renueve en este vecindari'o el fervor de nue;;tros antcpa·

sados, para que, visitando

á

Jesucristo en el led10 del dolor y"

la miseria, contemplen sin fatigar su imaginacion, los tormen–

tos que padeció por nosotros; y penetrados de la mas tierna

gratitud y compasion, le socorran e.n la persona de los pobres

incurables, que tan al vivo lo representan.

No se sabe si nuestro Señor Jesucristq hizo

á

fray i\Iartin un

favor semejante; pero es indudable que le hizo otro.s mayore s

eO'premio de su caridad. El que hizo al padPe lligueroa, tuvo

· por objeto el socorro perpétuo de los pobres incurables; pero

en muchos de los que hizo

á

fray

~Iartin,

parece qne Dios se

propuso dar

á

conocer la eminente caridad de su siervo, por

lo misn¡o que él ocultaba, cuanto podía, el ardientísimo amor

que abrasaba su corazon por el bien espiritual

y

corporal de

sus prójimos.

Mas, no obstante su disimulo, las necesidades agenas hacían

traicion

á

su humildad. Así es que, los hechos referidos ante–

riormente, para acreditar la grandeza de su fé

~

de su esperan–

za, prueban tambien su heróica caridad. Porque, como esta se

dirige al bien eterno y temporal de todos los hombres, las ins–

trncciones que daba este siel'vo de Dios

á

los ignorantes, para

rndicarlos en la fé,su efic¡¡z celo por conYer tir á los pecadores,

el consuelo que inspiraba

á

los atriloulados, sus vivos deseos

de propagar la Religion Cató)ica en las naciones paganas, aun–

que fuese

á

costa de su vida, y sus fervorosas preces y cruentas

mortificaciones por la salvacion de todos lo& redimidos, confir–

man el ardiente amor de fray Martín por el bien espil'itual de

sus_prójimos. Pero, no solo instruía en Ja

y en la moral evan–

gélica á los párvulos,

·á

los indígenas y negrost hacia lo mismo

con los religiosos tibios, y poco versados en los caminos de Dios,

y principalmente con los novicios. Procuraba que los profesos

no pusiesen ni el menor obstáculo voltrntario, que les impi–

diese adquirir la perfeccioil

á

que los obligaba su estado; y que

no renunáasen su vocacion los

qu~

aun no se habia¡¡ consagra–

do

á

Dios

~on

los votos religiosos. Exhortaba con mucha sua–

vidad, dulzura y modestia, segun aconseja San Pablo en su Epís–

tola á los Gálatas por estas palabr,as:

Hermanos, si algu110 como

homlrre fuere sorprendido en a/911111 delito,

voso~ros

q11B

sois espiritua-