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tica de todas las virtudes,

y

cou la modestia, dulzura

y

afabi–

lidad de su trato. El júbilo interior del siervo de Dios rebosa–

ba en su semlJlante, viéndose consagrado al Selior en alma

y

cuerpo,

y

renunciando solemnemente ante Jos cielos

y

Jn tier–

ra su propia voluntad, los bienes terrenos,

y

cuanto halaga

y

satisface los sentidos. Podemos inferir de ese extraordinario

gozo que, iluminando;;u alma, al tiempo de profesar., un rayo

de la increada luz, sucedió claro y permanente dia

á

Ja tene–

hrnsa noche de los

~entidos

y

del espíritu; que, unido este al

Señor con fé viva

y

ardiente caridad, participalJa de su vida di–

vina, contemplándole

ú

todo instante, sin que le distrajesen las

ocupaciones de su cargo, al modo que los itngeles no pierden ·

de vista á Dios cumpliendo cou su ministerio:

y

que, desde en··

tonccs, inflamada su alma eu mas puro

y

encendido amor, prac–

ticó todas las virtudes con facilidad, prontitud

y

deleite, ele–

váudolas hasta el sublime grado que constituye su heroísmo.

Se tratará ele estas en los siguientes capítulos.