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el convento del Ilodario, le seria inspirada por In n1ediacion de

la

divina Setiora.

No puede dudarse de que la religion dominicana es,

á

lo me–

nos en Lima, la predilecta de l\laria ; bien sea porque ninguna

otra la riude tanto cu! to, pues desde muy de maiiana hasta las

nueve de la noche concurre el pueblo

il

rezar el rosario; ó bien

porque habiendo sido• la primera que derramó la semilla del

evangelio en el Perú, era justo que ella recogiese sus primeros

frutos, como opiria el pad re Melendez eu su obra titulada

Tesoros

verdadel'os de las Indias.

Lo cierto es que, el mismo dia en que

Sant·a Rosa iba

á

ser religiosa agustina en el convento de la En–

carnaciou, orando ante el altar del Rosario, entendió por una

luz infusa, que no le couvenia ser monja, sino permanecer her–

mana tercera de la Orden domin icana, que Dios inclinó

á

su

siervo Porrcs á esa religion, y que condujo

á

ella misma albea–

to

Uasi~s

desde el reino de Castilla en España.

No dudando Martín de que era voluntad de Dios vistiese el

11ábito ilel patriarca Santo Domingo, fué al convento grande

del Rosario,

y

postrándose

á

los pies del padre Provincial, que

lo era fray Jnnn de J,orenzana, le pidió el hábito de donado,

derramando muchus hígrimas. No trepidó el Provincial en ac–

ceder á

In

súplica de Martín, nsi por el concepto que tenia de

su virtud, como por

In

modestia

y

humildad con que hacia

In

peticion;

y,

de acuerdo con el padre fray l' rancisco Vega, Prior

del convento,

y

con el de toda

In

comunidad, se le díó el há–

bito de donado. Admiró

á

cuantos le conocían el que siendo

hijo de un caballero tan distinguido por su clase

y

empleos,

co–

mo' recomendable por us prendas, no tuviese capilla;

y

á

don

.Juan pt•iucipalmente le ocasionó mucha molestia, no tanto el

estado de religioso que había abrazado su hijo, siuo el que fu e–

se donado. Manifestó su di gusto

á

Jos Prelados diciéndoles

que si no hacían sacerdote clérigo

á

Martín , porque carecía de

la instruccion necesaria, no podía permitir que ieudo religio–

so, no fuese siquiera lego. Convinieron lo Preln¡los en que

e

le diese la capilla , pue to que el color pardo era impedimento

solamente político, sin ninguna ley que lo autorizase, y podía

por lo tanto alterarse Ja co lumbre. Pero ni el padre, ni lo Pre–

lados, pudi ron persuadir al siervo de Dio el que aceptase la

capilla que se le ofrecia, creyéndose indigno aun del habito que

vestía¡

y

como su

re

i

tencia fu ese acompariada de los mas hu–

mildes ruego , aplacó la indiguacíon de su padre,

y

logró que

lo llrelados, admirando su humildacl, condesceudíe en con sus

súplicas.

.

Hizo ver el hermano Martín,

con esta

santa

repulsa, que ha-