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G.• Se dignó Díos quedase en esa casa antes de que Martiu
fuera religioso, uu mol1umcuto que honrase Ja memoria de su
fiel siervo,
y
que hiciese conocer el grado heróico de -virtude;;
á
quelo habia sublimado, cuando apenas tenia de doce
á
trece
all.os.Habiendo, pues, plantado en el jardin de dicha casa un
li–
moo, desde que este empezó
á
fructificar, continuó dando fruto
todo el año, lo qL1e no se vé, nj en el presente tiempo en que
se ha mejorado la agricultura
y
el cultivo de los árboles. De
este prodigio hubo precisamente muchos testigos, pues consta
de las informaciones que se tomaron, cincuenta a1ios despues
de muerto el siervo de Dios, asegurándose en ellas, que aun
existia en ese tiempo el árbol dando continuamente frutos,
y
al
cual Humaban
el Limon
de
Fray
ilfartin.
En vista de todo lo dicho, es claro que este nifio no apren–
dió de memoria la doctrina evangélica, para recitarla solamen ·
te de co1·0, sin penetrar su espíritu, ni reducirla á práctica, co–
mo el comun de los demas. Quien desde su tierna edad no se
eutretcnia cou Jos juguetes comunes en los de su edad,
y
es–
taba siempre recogido
y
modesto, tenia precisamente fijos los
ojos de su alma en el Se11or,
y
oraba sin iuterrnisiou. Sus noc–
turnos ejercicios,
y
las copiosas lúgrimas que vertia ante la imá–
gen del Crucificado, no solo comprueban el fervor de su ora–
cion, sino tambieu el espíritu con que Ja hacia. Sin duda, exa–
minándo en ella sus mas pequeñas faltas cometidas entre dia,
y
contemplando al mismo tiempo la justicia
y
santidad de Dios,
se reputaria indigno de estar en su presencia; y, pidiéndole bu-
111ildemeote que no le juzgase segun su demérito, se acogería
al seno de la infinita misericordia, confiado cu los méritos de
Jesucristo
y
en la proteccion de su Santísima Madre.
Del mismo modo, la
fé
le haria ver
á
Jcsus en la persona de
cada pobre,
á
quien socorría. Y, al modo que San Pedro, humi–
llado y confuso, dijo
á
su Maestro:
Sei1or ¿hi
me
lava$ los pies?
Mar–
tí n le diría en su interior: Tu, criador
y
absoluto duct1o del
ciclo
y
la t ierrn, pides liQJosna á este miserable pecador? Y
¡cuántas
\'Cces
en esas ocasiones le contestaría el Scílor, hacien–
do que su alma percibiese dulcemente las tiernas
y
paternales
palabras que dijo ni príncipe de los apó toles:
Tú
"º
sa~s
ahs–
t·a
lo que yo /i(l90: despucs entenderás este f>listerio!
Y ¿que tierno
y
afectuosos no e rinn us sentimientos en el
sacrificio de la Misa, contemplando
á
Jesus crucificado en el
Calvario,
y
ndorado por los á ngeles? Seuliria unas veces sumo
horror al pecado, compasiou de Je us
~·
deseos de imitarle en
sus tormentos, oprobios
y
humillaciones; otras, íntimo jubilo,
consid rando qnc, así como el Padre Eterno e el principio de