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montmias nevndas
y
escabrosas por convertir
ú
los infi eles; cu–
yos nombres, desconocidos
ú
olvidados, se verán algu n dia es–
critos por el dedo del Eterno con caracteres de luz, en el
1
i–
bro de la vida.
Entre los que en ese venturoso tiempo contribuyerón mas
á la gloria de Dios y provecho de las almas, merecen especial
memoria y veneracion, aquellos que, contemplando dia
y
no–
che en su retiro los di vinos misterios,
y
ofreciéndose á Dios con
Jesucristo en el incniento sacrificio de su cuerpo y sa ngre , pa–
ra impetrar el perdon de sus pecados personales
y
los de sus
prójimos, se dejaban ' 'er alguflas veces del mundo bullicioso,
conforme
á
los deberes de
SR
estad-0 y claros designios de la di–
vina Providencia. De estos, unos, ani mudos del espíritu que in–
flamó al profeta Jonas,
y
con las terribles palabras que convir–
tieron á Níoive, quebrantaban los corazones empedernidos, co–
mo los Solanos: otros, con Ja ternura del pastor que apacienta
sus ovejas,
y
carga sobre sus hombros a las descarriadas para
' vol verlas al redil, grababan en el corazon de los parvulos los
rudimentos de la
fé
y
la piedad, y daban_it los ministros, coad–
jutores de su apostólico celo, útiles reglamentos para el gobier–
no de su Igl esia, como los To ribios:
y
otros, con su virginal mo–
destia, con el olor de sus virtudes, y con los celestiales caris–
mas, humillabau y convertian á los pecadores, y fervorizaban
a
los justos, como las fragantes Rosas_
·
Pero Dios quiso que,
á
mas de esos sublimes modelos de per–
fcccion, naciese
y
floreciese en Lima, no solo un dechado de to•
das las virtades heróicas, sino, lo que es mas raro, un modelo de
la vida oculta con Jesuéristo en Dios: un varon humilla¡lo por
las preocupaciones del mundo, y humilde por la gracia•dc Je–
sucristo: ocul lo en una celdilla y visible en la ciudad, en los
campos y hasta en los paises mas lejanos: que hizo cuanto pudo
parn ql1c todos le conociesen tan despreciable como él se cor.o–
cia;
y
en quien Dios hizo que, al través de su apa1·ente bajeza, se
vislumbrasen algunos destell os de su verdadera gr.rndeza. Es·
te
fué
el bienaventurado fray l\Iartin de Parres, cuya admira–
ble vida es el asunto de esta historia .
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