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tas Qon las de
fray
l\[artin, se dedujese el sublime espíritu con
que las practicaba. Y como
á
mas de su ejemplarísima vida, se
dignó Dios obrar públicamente muchos portentos, para mani–
festar la santidad de este su amado siervo, habiéndole antes
dejado vivir muchos años en la oscuridad
y
abatimiento, nadie
debe poner ,en duda la excelencia de sus virtudes, asi comC>
uinguno dudó de ella despues de su muerte, mucho antes que
la Iglesia declarase su heroicidad.
Tratando de ellas, he solido interrumpir la uarradon con al–
gunas digresiones; pero no son largas; tienen alguna conexion
cou el asunto principal;
y
co1'1tienen sucesos cuya memoria de–
be renovarse con frecuencia; porque honran la religion, exci–
tan
á
la piedad, y comprueban los mas de ellos cuanto en esa
época feliz se complacia el Sellar ep la religiosa Lima.
l'or ló demas, no espere nadie ver e.n esta obra elevacion de
estilo, pensamientos sublimes, transiciones felices, brillantes
descripciones, ni las demas bellezas que pasman
y'
entretienen
á
los literatos; pues, aun cuando yo tuviese talento para expre–
sarme de ese modo, este seria impropio, como he dicho, escri–
biendo la vida del humildísimo l'orres. Así es que, para re–
tratarlo al vivo, hago ver que su grandeza fué el anonadamien–
to; su triun!o, Ja victoria de sí mismo; su gloria, el amor
á
los
desprecios;
y
por último, que por su constante fidelidad
á
la
gracia, ha merecido justamente que la Iglesia le decrete el cul–
to debido
á
los que, por haber imitado
á
Jesucristo en la tierra,
reinan con él en el cielo.
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